Margo Glantz
Dos noticias: la muerte del cineasta francés Claude Chabrol –del cual acabamos de ver su última película, El inspector Bellamy– y la sensacional aparición de los diarios, cartas y poemas de Marilyn Monroe.
Chabrol fue de los más destacados cineastas de la posguerra, miembro del grupo de directores de la llamada Nouvelle Vague: causaron sensación en la década de los 60 en Francia: Godard, Resnais, Varda, Démy, Malle, Truffaut, Rohmer, algunos ya fallecidos, varios de los cuales habían empezado su carrera como críticos de cine en la famosa revista Cahiers du cinéma o haciendo documentales, como Resnais o Malle, y descubriendo nuevos actores que se han convertido en figuras míticas del cine francés (Stéphane Audran, Jeanne Moreau, Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Delphine Seyrig, Sandrine Bonnaire, Anouk Aimée, Jean Pierre Léaud, Jean Paul Belmondo, Gérard Dépardieu, Jean Ianne, Jean Louis Trintignant, etcétera).
Recuerdo con nostalgia esas reseñas cinematográficas donde se exhibían una tras otra sus películas, Sin aliento de Godard, El carnicero de Chabrol, Hiroshima mi amor y Noche y niebla de Resnais, Los amantes de Louis Malle, Los 400 golpes de François Truffaut, que suelo volver a ver porque no han envejecido mal.
Desde 1954, junto con Eric Rohmer, manifiesta su admiración por Hitchcock: el cine y el mal o el asesinato como una de las bellas artes, si nos acogemos al libro que con ese título escribiera en el siglo XIX Thomas de Quincey. Y no es por ello extraño que uno de los autores favoritos de Chabrol haya sido Georges Simenon: muchas de sus películas estuvieron inspiradas en las novelas del escritor belga.
“Es en el vértigo del crimen que se prueba su obra, explica Jean Philippe Tesse, en un texto que abre un número reciente de los Cahiers du cinéma que tan famosos fueran desde la década de los cincuenta y donde también escribió Chabrol... De repente su cine cae en el manierismo cuando muestra la doble y paradójica naturaleza del crimen, a la vez movimiento necesario e implacable en su estallido pulsional y feroz… Es quizá en esos momentos de vértigo que se condensa, en un movimiento de cámara (como en La mujer infiel) o en la actuación particular de un actor (en este caso Isabelle Huppert en Violette Nozières), aquello que Chabrol denominara como ‘lo inexplicable’. Chabrol atraído por el Mal, social o metafísico, pero sobre todo por el papel que juega el libre albedrío y la necesidad que impulsa a algunos a ejercer el crimen”.
Marilyn Monroe, lo sabemos bien, es un mito, una leyenda, y cualquier cosa relacionada con ella se vuelve noticia, al grado que uno de los números de octubre del Nouvel Observateur, revista tradicionalmente política, le dedica su portada y el artículo principal; lo mismo pasa con Vanity Fair donde, por su carácter mismo es mucho más normal que la noticia se anuncie en la portada. Transcribo algunas frases de los titulares del artículo que le dedica Sam Kasiner en la revista norteamericana “A pesar de los millones de palabras que ha inspirado, Marilyn Monroe sigue siendo un misterio. Ahora se publica un archivo extraordinario compuesto de fragmentos de sus diarios íntimos.
En ellos pueden advertirse las cicatrices del abuso sexual; los tormentos del psicoanálisis, la traición de su tercer esposo, Arthur Miller; el espectro constante de la locura hereditaria y la orgullosa determinación de dominar su arte”.
Marilyn le dejó su archivo a su profesor de actuación, Lee Strasberg, director del célebre Theatre and Film Studio, quien murió en 1982, heredándoselo a su tercera esposa Anna, quien subastó en Christie’s varias de sus pertenencias y obtuvo como beneficio para su institución más de 13 millones de dólares. Recientemente Anna encontró dos cajas que contenían el archivo y lo hizo publicar en varias ciudades del mundo.
Esta publicación logra borrar de raíz la aparente superficialidad que se le atribuía a esta talentosa, bella, rubia e inteligente mujer.
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