Estados Unidos es un país que a nadie deja indiferente. No hay generación viva para la que Estados Unidos no haya sido punto de referencia, bien como objeto de su admiración o de su odio, bien como meta a alcanzar y modelo a imitar o como obstáculo a sortear y enemigo a batir.
Para bien o para mal, Estados Unidos está presente en la vida de cada uno de nosotros, condiciona nuestro progreso, influye en nuestros gobiernos y es determinante en la definición de nuestro futuro.
Su poder económico, político y militar no tiene precedentes en la historia de la Humanidad. Su desarrollo científico y cultural ha actuado como fuerza magnética de todo el conocimiento mundial desde hace un siglo.
A diferente escala, cada paso que Estados Unidos da acaba teniendo su reflejo en nuestros propios países. Disfrutamos sus inventos, padecemos sus comidas, nos vestimos y vivimos cada día más al estilo que ellos marcan. Nos emocionamos con sus deportes,importamos sus fiestas y emulamos papeles que el cine ha convertido desde hace décadas en parte inseparable de nuestra propia personalidad. Hasta quienes durante años han aborrecido lo que Estados Unidos representa, acceden sin escrúpulos al beneficio que sus grandes universidades y sus avanzados hospitales son capaces de prestar.
Esas universidades y hospitales son, al mismo tiempo, el lujo inalcanzable que oculta malamente las gravísimas deficiencias de sus sistemas educativo y sanitario. Con bajísimo nivel de instrucción y sonrojantes tasas de asistencia médica, en la sociedad norteamericana conviven frecuentemente el primer y el tercer mundo. El individualismo extremo y la competencia elevada a niveles crueles convierten a veces a este país en un espacio hostil para el desarrollo integral de un ser humano.
La misma sociedad que exalta orgullosamente la libertad, tolera la pena de muerte o la venta de armas. La misma sociedad que presume justamente de haber sido la tierra de promisión para millones de personas perseguidas en otras partes del mundo, reacciona sin sentido de la proporción ante cualquier amenaza externa y da lugar a vergonzosas experiencias como las de Guantánamo.
Son esas y otras contradicciones las que hacen difícil tener una justa apreciación sobre Estados Unidos. Abundan los fáciles aduladores del que manda y los repetidores de consignas que han perdido sentido. Unos y otros suelen moverse más por instinto y moda que por convencimiento. Escasean, sin embargo, aquellos que hayan conseguido profundizar en el carácter complejo de una nación que es capaz de las más grandes empresas y las acciones más miserables.
Ese carácter no se revela solo en las grandes operaciones políticas de este país sino en las pequeñas decisiones que cada día toman sus ciudadanos. En una democracia, la voluntad de un puñado de votantes de Iowa cuenta tanto como la de los mandos del Pentágono. No se puede conocer Estados Unidos sin conocer las aspiraciones, costumbres y polémicas que, aún estando fuera de las primeras páginas de los periódicos, se desarrollan con brío en el seno de su sociedad.
El objetivo de este blog, en el que participarán todos los corresponsales y colaboradores con los que EL PAÍS cuenta en Estados Unidos, es, precisamente, el de aportar esos aspectos más íntimos y más ocultos de la sociedad norteamericana que ayudan a la comprensión de este país. Algunos aparecen a veces en otros formatos de esta cabecera, otros se pierden arrasados por el predominio de las noticias consideradas importantes.
Este blog intentará rescatar esas informaciones y añadir otros elementos de la cotidianidad norteamericana, del American way of life, del estilo de vida estadounidense, para que el camino que nos queda por recorrer junto a Estados Unidos, que todavía será largo, se nos haga lo más llevadero posible.
Por Antonio Caño.
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