lunes, 7 de marzo de 2011

La adopción como necesidad.

A los 17 años me quedé embarazada de un chico con el que había salido tres o cuatro veces. Él tenía 19 o 20 y estaba estudiando. Se desentendió rápidamente. La última vez que lo vi fue el día que le dije que estaba embarazada. Yo vivía con mi hermana mayor en una pensión en Madrid, y mis padres, en un pueblo de Segovia. No me atreví a decirles nada. Al irme de casa, mi padre me había advertido: 'Te vas a trabajar, ni se te ocurra venir con una barriga...'.

A los cuatro meses me echaron de la casa donde estaba sirviendo. Di a luz el 28 de diciembre de 1983 en la maternidad de Santa Cristina. Les conté a los médicos que no podía hacerme cargo del niño y ellos me explicaron que yo, que entonces era menor de edad, no podía firmar la renuncia. Pero a mi hijo se lo llevaron ese mismo día, antes de que mi hermana firmara en mi nombre".

"El bebé es de una chica universitaria. Es delgado porque ella usó un corsé para tapar el embarazo", les dijeron a los adoptantes. Rosa acaba de reencontrarse ahora con su hijo Alfonso, aquel niño al que ella renunció obligada por sus circunstancias (la pobreza y el rechazo frontal de su familia a afrontar la situación). Como su caso hay miles en la España del franquismo y de la Transición: miles de jóvenes que quedaron embarazadas fruto de relaciones esporádicas, con sus novios o por abusos de sus patronos. Y, en esa tesitura, se vieron forzadas a renunciar a sus hijos.

A Rosa le dijeron que iban a entregar a su hijo "a un matrimonio de abogados de Madrid con mucho dinero". Al carpintero y su mujer de Alicante, a los que realmente se lo dieron, les aseguraron que la madre era "una universitaria del País Vasco" y que el bebé estaba "un poco delgado porque ella se había puesto un corsé durante el embarazo para disimular". Veintisiete años después, el 7 de noviembre del año pasado, Alfonso y Rosa averiguaron la verdad.

El reencuentro ha sido posible gracias a la tenacidad de Alfonso, hoy un joven abogado. "De siempre me sentí como alguien extraño, fuera de lugar. Siempre había tenido sospechas de que era adoptado por cosas que decían otros niños en el colegio, porque mis padres eran muy mayores y porque miraba las fotos de mi familia y no me parecía a nadie. Descubrí que era adoptado en enero del año pasado, cuando pedí mi partida de nacimiento y leí: 'Madre y padre desconocidos".

Alfonso fue inscrito a los pocos días de nacer como "expósito", es decir, como si hubiera sido abandonado a la puerta de un convento, en lugar de hacer constar que había sido dado en adopción en un hospital público.

No es la única irregularidad de este caso. "Mis padres adoptivos no podían tener hijos. Una amiga que había adoptado a sus tres hijos en la clínica San Ramón les habló de una monja, sor María Gómez Valbuena, que conseguía niños en Madrid, y fueron a verla. La monja les derivó a la Asociación Española para la Protección de la Adopción (AEPA). Allí no les consideraron aptos para adoptar un hijo, pero casi un año después sor María les llamó y les dijo: 'Tienen ustedes amigos muy importantes'. Vinieron, pagaron una cantidad considerable, aunque no han querido decirme cuánto, y me recogieron. Cada año, por Navidad, le mandaban una cesta con comida y dinero a sor María. Recuerdo hablar con ella de pequeño de las notas del colegio".

"Yo no recibí ni un céntimo", añade Rosa, la madre biológica. "Pero sí recuerdo que al poco de dar a luz se presentó en mi habitación un matrimonio mayor que me dijo que si bajaba a la puerta del hospital con mi niño y se lo entregaba, me darían dos millones de pesetas". Ella les echó del cuarto tras rechazar de plano la proposición, pese a sus agobios económicos. Los padres adoptivos de Alfonso se lo llevaron ese mismo día, 28 de diciembre de 1983, cuando la hermana de Rosa aún no había firmado la renuncia, que en cualquier caso debería haberse hecho ante un notario. "Durante los primeros meses iba a preguntar por el niño, para ver qué tal estaba, pero me decían que me olvidara del tema", relata Rosa.

La lista de irregularidades que rodeó la adopción no impidió el encuentro. "Presenté una demanda de jurisdicción voluntaria para que un juez obligara al hospital de Santa Cristina a facilitarme los datos de mi madre biológica y me dieron una ficha con su nombre, apellidos, fecha de nacimiento, DNI y grupo sanguíneo", cuenta Alfonso. Le fue fácil dar con la dirección de Rosa.

"¡Vivíamos a solo 10 minutos! Me planté en el portal, pero no me atreví a tocar el timbre". Jaime, el mediador que colabora con la Plataforma de Afectados de las clínicas San Ramón, Santa Cristina y Belén a la que Alfonso acudió cuando empezó a buscar a su madre, apenas podía contener su ansiedad. Normalmente, el mediador prepara durante varios meses a madre e hijo para el encuentro, pero Alfonso no podía esperar.

Rosa le escucha embelesada. Son calcados: los mismos ojos, grandes y expresivos. La misma sonrisa. "Me llamaron a primeros de octubre del año pasado. Me preguntaron: '¿Usted no tuvo un hijo el 28 de diciembre de 1983?'. Jaime, el mediador, me explicó que el crío me estaba buscando. Yo quería conocerlo, pero me daba miedo que me echara cosas en cara, que viniera a pedirme algo...

No estaba preparada. Le pedí fotos, una carta, y yo le escribí otra contándole lo que me había pasado. El día que nos conocimos, el pasado 7 de noviembre, organizó una fiesta en su casa. Me dijo que había invitado a un par de amigos y cuando llegué allí ¡había 30 o 40 personas!", relata Rosa. Entre los invitados estaba su hijo pequeño, David, con el que Alfonso había contactado por su cuenta sin que ella se enterara.

David tiene 10 años menos que el hermano mayor al que acaba de conocer. "También nació en Santa Cristina. Cuando me puse de parto, las enfermeras me preguntaron: '¿También lo vas a dejar en adopción?'. Yo les contesté que no, pero me extrañó que supieran eso".

Rosa cuenta entre bromas que casi ve más a Alfonso que a David, su hijo menor. "Alfonso me manda mensajes todas las semanas: '¿Vamos al Retiro?', '¿Sacamos de paseo a los perros?'. Te da pena porque echas de menos la infancia". "Te has perdido lo peor: los pañales, la edad del pavo...", la anima Alfonso. Asegura que no tiene nada que reprocharle a su madre, a la que ahora ve todas las semanas, y lamenta que sus padres adoptivos no entiendan por qué la ha buscado hasta hallarla. "La confianza se ha resentido. No quieren saber nada de Rosa ni de su familia. Pero yo ahora me siento completo. He sanado una herida".

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