lunes, 7 de marzo de 2011

La democracia ¿cuesta o vale?

Por Hermann Bellinghausen.


Actualmente existe el temor de que los procesos electorales venideros se ensucien con dinero del narco, lo cual en efecto sería muy lamentable. Esto, en el supuesto naif de que no ha ocurrido ya en el pasado reciente en la así llamada democracia mexicana. Desde el punto de vista del flujo de capitales y su ilegalidad recurrente, lo mismo da si el financiamiento es “sucio” del narco, o “limpio” de las empresas y consorcios que la patrocinan. La democracia recibe cantidades millonarias de dinero para mantenerse a flote, creíble, redituable. ¿Es acaso menos ilegal (o inmoral) lo que implican los lobbies, sobornos y chantajes convencionales de los dueños del dinero patrocinando campañas y rondando congresos a cambio de prebendas, contratos, exenciones tributarias?

Este último es un rubro extraordinario: resulta increíblemente más caro ser pobre que rico. Los ricos se llevan todo, pagan impuestos simbólicos y les subsidiamos agua, energía y transferencias bancarias. Los grandes consorcios legales también deben vidas, como el crimen organizado. En ocasiones a escala genocida. Revisemos a las mineras, o las farmacéuticas que ilustra El jardinero fiel, de John Le Carré.

Estamos ante el mismo esquema de la se supone que modélica democracia estadunidense, donde los grandes tiburones petroleros, armamentistas o financieros invierten fuertes sumas en los candidatos republicanos y demócratas, y después de los comicios se cobran. Hemos visto al propio Barack Obama pagar tales deudas, a veces en forma de inacción, mientras mantiene las guerras imperiales por-la-democracia (ya ven qué democráticos se han vuelto Irak y Afganistán, donde no queda claro quién va ganando, pero está garantizada una dosis monumental de sufrimiento para la población).

Nuestra versión tropical de esa democracia financiada por impolutos dineros de la industria militar que horrorizaría a De Tocqueville ante la expulsión del pueblo (el demos de la definición clásica), tiene, sí, componentes más guapachosos que los de Washington. Acá no sólo rifan los consorcios del caso (telecomunicaciones, información, entretenimiento, comida y bebida chatarra, hoteleras, mineras). Queda espacio para la compra de favores por parte del crimen organizado en alguna de sus manifestaciones.

Sus formas varían. De narcolimosnas a financiamientos generosos o mera lavandería, préstamos de infraestructura o al menos “permisos” para efectuar campañas electorales en territorios urbanos o rurales en poder del crimen. Ha ocurrido en Italia, que solía tener una democracia vivaz. Pasó en Colombia, país de cuya violenta experiencia no hemos aprendido nada. Allí la contaminación alcanzó hasta la presidencia. En Colombia también se asesinaron candidatos, alcaldes, periodistas y defensores de derechos humanos en un caldo de decenas de miles de muertos. Y contando, en el caso de México, donde colateralmente crece el número de niños sacrificados.

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