jueves, 3 de marzo de 2011

México, malos augurios.

El retraso en la sustitución de los tres consejeros del IFE que concluyeron su gestión a finales del año pasado es un pésimo augurio para la elección presidencial que tendrá lugar en 2012. Los responsables de este rezago son los partidos que, dice la prensa, no logran reconciliar sus puntos de vista al respecto: el PRI pretende hacer valer su mayoría para imponer a dos consejeros, y el PAN y el PRD defienden los derechos de las minorías como un principio fundamental en el México del siglo XXI, para insistir en que a cada uno de los grandes partidos le toca designar a un consejero. Si esta es la razón del desacuerdo, estamos frente a una de las grandes perversiones de la dinámica partidista: en tanto que órgano del Estado mexicano, el IFE representa los intereses colectivos; en cambio, los partidos defienden los intereses parciales de un grupo político. Su exigencia de llevar la representación partidista al corazón del Estado contraría la lógica estatal, pues se apoya en el presupuesto de que, una vez nombrados, los consejeros estarán obligados a respetar los compromisos que implica el patrocinio original. A los partidos les parece normal que los consejeros los defiendan a ellos, y que subordinen la norma a sus necesidades.

El hecho de que los partidos hayan relegado el nombramiento de los consejeros en su agenda, y sin más explicación, es revelador del desprecio que les merecen los plazos fijos, las reglas, incluso formuladas y votadas por ellos mismos; de su desdén por el importante gasto de recursos públicos que los diputados asignan para mantener a una enorme institución a la que ahora ignoran; y del desenfado con el que hacen a un lado a la opinión para concentrarse en sus muy mezquinos intereses. Pierden de vista que el IFE es un órgano del Estado, y que debilitar a la que fue la institución estrella de la transición mexicana equivale a minar la autoridad de ese mismo Estado al que están obligados a defender.

Parecería que los partidos se han propuesto destruir al IFE. Parecería que no le perdonan a la institución que los vigile, les cobre multas, los exhiba y limite sus tropelías. Los partidos parecen decididos a jugar sin árbitro, así para que impere el equilibrio de fuerzas: la voluntad del que tenga más dinero, del que mueva más gente en la calle, del que pague más encuestas, del que reciba más apoyos de Sedeso, del que tenga mejores arreglos con las televisoras. Si efectivamente ese es el objetivo de los partidos, perdidosos somos los ciudadanos y, desde luego, el Estado mexicano. Nada sería más destructivo de nuestra vida política apenas civilizada que una pelea sin reglas, sobre todo si tomamos en cuenta que se desarrollaría en el contexto de la violencia asociada con el crimen organizado.
La campaña presidencial se ha iniciado ya, y todo sugiere que será dura y ruda. Podemos anticipar con certeza que la competencia entre los precandidatos será desestabilizadora de los partidos: Andrés Manuel López Obrador ha lanzado un reto al PRD que pondrá a prueba a la organización, que se inclina por una estrategia de alianzas que ha sido rechazada por López Obrador, quien se ha propuesto formar un amplio movimiento popular cuya intención es avasallar a los partidos; el presidente de Acción Nacional, Gustavo Madero, se ha ufanado de que en su partido hay por lo menos 10 precandidatos. Más allá de que realmente sean tantos, en lugar de alegrarse, el líder panista tendría que caer en la cuenta de que al decir que hay muchos, igual está diciendo que no hay ninguno, como si estuviera esperando señales de lo alto para ser más específico. Sin embargo, esta competencia tiene un elevado potencial de conflicto, como lo indican los pronunciamientos individuales del secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, y de la líder de la bancada panista en la Cámara de Diputados, Josefina Vázquez Mota. Incluso en el PRI, donde presumen de unidad, hay quien mira de reojo a Enrique Peña Nieto y piensa: “Del plato a la boca…”

El cuadro fracturado de las elites políticas es tan mal augurio para la elección de 2012 como la debilidad del IFE. Pero estas son sólo dos dimensiones de un proceso que se anuncia complejo, en el que intervendrán muchas otras variables, por ejemplo, la preocupación de Washington por la estabilidad mexicana. Nunca como ahora son importantes las reglas y, sin embargo, pocas veces como ahora los actores políticos han mostrado tan poca voluntad de respetarlas.

Por Soledad Loaeza.

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