viernes, 18 de marzo de 2011

Obama por América Latina.

El viaje de Barack Obama a América Latina, que comienza mañana, está pendiente de la suerte de la central nuclear de Fukushima. Fuentes de la Administración confirmaron ayer a EL PAÍS que "los planes siguen en marcha", pero las dudas hasta el último momento son el reflejo del riesgo que el presidente norteamericano asume al embarcarse en esta misión en un momento de gran convulsión en otras partes del mundo.

La Casa Blanca es sensible a las críticas de que no ha prestado hasta ahora la debida atención a sus vecinos del sur y se ha esforzado por mantener la gira, pese a todos los inconvenientes, para no provocar una decepción que podría dañar aún más la influencia norteamericana en el continente. En el pasado, Obama suspendió en dos ocasiones otros viajes a Indonesia y Australia. Solo una catástrofe nuclear en Japón podría justificar ahora un aplazamiento.

Así pues, aunque sea con retraso y en circunstancias precarias, el presidente estadounidense trata de recuperar el papel protagonista de su país en una región que vive una nueva época de prosperidad y que está atrayendo como nunca la atención del mundo.

El viaje incluye escalas en Brasil, Chile y El Salvador, tres países que representan distintas apuestas de la Administración estadounidense: la colaboración con una potencia emergente, la certificación de una democracia estable y el respaldo a un joven Gobierno de izquierdas que trata de superar el pasado.

"El propósito es subrayar lo que es necesario hacer para abrir una nueva era de relaciones con la región", afirma una fuente oficial norteamericana. La Administración ha bautizado esta iniciativa como una "nueva Alianza para el Progreso", rememorando la propuesta que el presidente John Kennedy formuló hace exactamente medio siglo.

Tras ese título se recoge el propósito de superar viejos debates ideológicos y concentrar los esfuerzos en los asuntos que proyecten al continente americano hacia el futuro: el comercio, la educación, el desarrollo de energías alternativas o la seguridad ciudadana. "Más que abrir un debate sobre el pasado, Obama quiere hablar de los retos de hoy", asegura la fuente citada.

El trato entre EE UU y América Latina está históricamente sobrecargado de retórica, de promesas incumplidas y de actuaciones bruscas. Se puede decir que es una relación de amor-odio en la que, alternativamente, se impone uno o el otro. En estos momentos, prevalece el amor. Más de un 75% de los latinoamericanos tienen actualmente una opinión positiva de EE UU y un número aún mayor simpatiza con Obama, según un informe del instituto Pew.

Pese a eso, América Latina necesita hoy mucho menos a su gran vecino del norte. De hecho, su progreso actual -con tasas de crecimiento económico superiores al 7%- se ha producido en el periodo en que EE UU ha estado más ausente y en el que los países del área han buscado con más interés otros socios, especialmente China. El intercambio comercial entre Latinoamérica y China pasó de 15 mil millones de dólares en 2001 a 140.000 millones en 2009, acercándose a los 500 mil millones con EE UU.

Aunque la fuente oficial estadounidense asegura que "no vemos la presencia de China como una competencia en la que solo uno tenga que ganar", este viaje responde en gran medida a la necesidad de contrapesar esa presencia.

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