viernes, 25 de marzo de 2011

Un Inglés en Buenos Aires.

Por Daniel Tunnard

Un extranjero en Buenos Aires.

Me mudé definitivamente en el 99, después de haber conocido a mi futura ex esposa en mi segundo día de vacaciones en Buenos Aires en 1997. Siempre me gustó esta ciudad, desde que comí mi primer Big Mac abajo del Obelisco. Es ideal para inmigrantes y las oportunidades. Oportunidades como enseñar inglés a los niños bien de Barrio Norte, o tocar en una banda cover de los Beatles con tres pibes de Liniers, o clavarse un choripán en la Costanera a las 5 de la mañana.

El mundillo de los ingleses en Buenos Aires es muy pequeño. Los que todavía no vivimos en San Telmo ocupamos una franja limitada de Barrio Norte, Palermo y Belgrano. En los primeros años acá, nunca cruzaba la Avenida Rivadavia hacia el sur. En un intento de cambiar mi actitud miedosa, me puse a escribir un libro sobre los colectivos de Buenos Aires, y emprendí un proyecto en el cual tomaría todos los colectivos de la ciudad, desde el 1 hasta el 193. Llegué hasta el número 7 y me cansé.

Pero la experiencia me abrió los ojos a otra ciudad: comí chipá en Liniers; vi impresionantes iglesias y monumentos que nunca hubiera visto; y conocí el verdadero miedo en Villa Soldati. Decidí que mi vida sería más tranquila si me quedaba en mi casa de Belgrano escribiendo inventos surreales sobre Queen. El resultado es “Freddiementary”. Está por Facebook.


Como hay mafias chinas de supermercados, también hay mafias inglesas de traductores. Soy el mejor traductor nativo inglés-español de la Capital, posta. Pero próximamente el mejor traductor de la Provincia se mudará a Capital, y tendremos que luchar en un duelo con pistolas, en Avenida Alem al amanecer, cuando no hay tanto tránsito. Este traductor bonaerense es mi maestro y mi mentor. No debo perder. El ganador se llevará un diccionario de sinónimos, y una botella de Legui.

Lo que más me sorprendió cuando me mudé acá es que a los ingleses nos dicen “piratas”. Pero es interesante como cambian cada día las actitudes hacia los ingleses.

Un día, puede ser que algún argentino me diga que somos un modelo de país, que ojalá se hubiesen concretado las invasiones inglesas, porque mirá el gobierno que nos tocó... Pero al día siguiente encuentran un cacho de petróleo en el Atlántico Sur y de repente somos ingleses de mierda. No tengo problema en ser pirata inglés de mierda. Lo que molesta es la inconsistencia. Que se pongan de acuerdo, ¡che!

Adopté varias costumbres argentinas: tomo mate, uso bigotes, y digo “a ver cuándo nos juntamos a tomar una birra” a personas con quienes no tengo la menor intención de tomar cerveza. Soy un gran asador, y no lo digo yo, me lo dijo un grupo de fotoperiodistas deportivos argentinos, algunos de los comensales más exigentes que hay en nuestra república.


Cuando no estoy asando, me encanta comer en las parrillas barriales de Villa Crespo y Chacarita, esas que no tienen ni cubierto, ni menú, ni baños adecuados. Antes comía en Palermo, pero se llenó de ingleses. Viví mucho tiempo en Palermo, hasta que se fue arruinando con la modernidad. La atracción de Palermo eran las casas antiguas y las tiendas originales, las calles de adoquines y el silencio.

Si un yanqui quiere ver hoteles modernosos, tiendas de afuera y el asfalto lleno de autos, se queda en Nueva York, ¿no es cierto? Mi novela, que transcurre entre Palermo Hollywood y el Hollywood de Los Angeles, habla mucho de la modernidad y su manera de arruinar todo lo bueno.

Me voy a casar por segunda vez con una argentina en abril de este año. Las mujeres argentinas no son tan superficiales como las inglesas, y por eso ves por la ciudad tantos ingleses feúchos y blanquitos, panzones y pelados, con una mujer hermosa de la mano y un bebé en un cochecito.

Las argentinas y los argentinos son una raza especial. Son graciosos, cariñosos, familieros, amigueros, compañeros. Tienen solamente dos defectos: tocan demasiado la bocina, y usan la muletilla “por ejemplo” demasiado, por ejemplo.

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