martes, 2 de noviembre de 2010

El nuevo discurso amoroso.

La historia del amor marca dos etapas fundamentales: la primera, cuando las parejas se unían para la procreación, casi sin conocerse uno al otro, eran compromisos de los padres de la futura pareja, tenían muchos hijos, y luego hasta se podían enamorar con el paso del tiempo. la segunda, que no tiene más de 200 años, es la que ponen como condición para formar una pareja, la de estar profundamente enamorados.

Esta etapa que la que pone el amor como la base fundamental para que la pareja exista, es la que confronta mayores fracasos y separaciones. Los récords de divorcios crecen año con año, en casi todos los países, para no pecar de radical.

¿No estaremos yendo en sentido contrario al de la naturaleza?

¿Qué significa todo ésto?

¿Hemos sido a lo largo de estos últimos 200 años, una serie de generaciones de ilusos irremediables? La respuesta es afirmativa.

El amor romántico constituye el más bello invento occidental.

El amor, así como el órgano de él por excelencia, el corazón, gozan de un enorme prestigio entre millones de seres humanos que pueblan los cinco continentes.

En verdad el órgano que funciona mejor para el amor y el enamoramiento es el cerebro.
Ahí se producen todas las reacciones químicas y hormonales necesarias para que los sujetos, "experimenten", eso que llaman amor.

El discurso amoroso, el más reciente que he podido investigar, tiene bases biológicas y resortes subjetivos de gran alcance.

Y para desgracia de los seguidores y fans del amor romántico, éste se puede reducir a muy pocas cuestiones básicas.

Los hombres miran a todas las mujeres que se encuentran a su alrededor, las miran detenidamente y a ciertas partes de su cuerpo, no a todas.

Las mujeres, en cambio, ven con mirada periférica a todos los hombres, pero se fijan en uno sólo, al cual lo escanean de punta a punta, y concluyen con rapidez, si ése es o no el hombre indicado.

Los métodos de selección de pareja que ponen en práctica los hombres y las mujeres, son muy diferentes.

A los hombres les basta con que la mujer sea atractiva sexualmente, y dejan de lado todos los otros atributos (espirituales o intelectuales). Y así es la forma en que escogen a su pareja, y si son jóvenes se fijan en que puedan ser buenas reproductoras, pero eso lo determinan subjetivamente, desde el inconsciente.

Las mujeres, en cambio, se fijan en la salud física del hombre escogido, la capacidad de trabajo, la iniciativa, el liderazgo, su patrimonio económico, su buen humor, y por último, sí es guapo y atractivo.

Las necesidades básicas de protección, y cuidado de los hijos, determina a muchas mujeres a buscar hombres estables y afectuosos. Porque el periodo de la crianza de los hijos suele ser larga y tediosa, por lo que es necesario tener el respaldo emocional y económico de la pareja.

Si todo se reduce a formar familias, a contribuir a la reproducción de la especie humana, eso nos asemeja a los homínidos, nuestros primos.

Eso nos hace sentirnos parte del reino animal, todas las especies buscan lo mismo de maneras diversas.

¿Qué sucede cuándo la formación de parejas no persigue hacer una familia?

Aun dentro de ciertos grupos de jóvenes, europeos en particular, que se unen en pareja para vivir sólos, sin hijos, como parte de un contrato o convenio explícito, los resortes biológicos están presentes y actuantes. La subjetividad que sustenta las decisiones de buscar a un tipo determinado de mujer o de hombre, se puede rastrear en los ancestros próximos.

Cuando las sociedades, a partir del siglo XX, empezaron a mostrar que la esperanza de vida aumentaba en forma significativa entre sus miembros, impactaron al mismo tiempo los patrones de comportamiento en la formación de las parejas: las uniones se dieron más tarde, ya una mujer de 30 años no era una solterona empedernida, ni mucho menos, y la edad para tener el primer hijo podía ser a los 35 ó 40 años. Ya no había esa prisa que consumía a nuestros bisabuelos y abuelos por ser padres. La gente, en general, moría a los 40 años siendo abuelos. pero hoy se puede vivir hasta los 90 años, dándo margen para hacer muchas cosas en el terreno amoroso, como casarse varias veces o tener hijos a edades que antes eran inconcebibles para una sociedad conservadora.

El amor es, ciertamente, una locura pasajera que trastorna todos los sentidos. Es una locura deliciosa y muy recomendable para todos, sin importar la edad.

Pero las consideraciones materiales y objetivas deben permanecer visibles y explícitas para ambos.

Si la pareja hace el convenio o contrato de una relación sin hijos, la base de esa unión tiene que ser diferente a la que impulsa a los que aspiran a formar una familia propia, con diversas modalidades (los mios, los tuyos y los nuestros).

Una pareja sin hijos como proyecto, tiene que partir de un trato abierto de amistad, solidaridad, cariño y reciprocidad a toda prueba.

Aquí, en estos casos, el amor es una construcción deliberada con elementos conscientes, aunque los inconscientes siguen actuando, por supuesto, es una relación armada con discursos sinceros, con miras al futuro real, el del corto plazo, ese que se vive día a día.

¿Hay ilusiones y romanticismo en este tipo de parejas nuevas? Sí. Pero apoyados los pies en la tierra. Se vale soñar, sin dejar de sentir el suelo debajo de los zapatos.

Esta es mi propuesta del famoso esquema del "amor maduro", que puede ser combinado con el otro esquema amoroso de la "Toalla" (cada quien en su casa), o no.

Yo soy un investigador de campo, como buen antropólogo, a mi que no me cuenten, yo quiero vivir eso que pienso, lo necesito experimentar en carne propia. Sigo la escuela de Bronislaw Malinowski, la de la observación participante, de ese gran antropólogo de origen polaco.

Teoría y práxis, decía nuestro guru Carlos Marx. Seamos fieles discipulos de nuestros maestros, entonces.

Ya os contaré cómo resulta la prueba del amor maduro, lo intentaré llevar al fondo y perseverar en el intento, con toda mi energía e inteligencia.

1 comentario:

  1. Leí hace poco en un reportaje de BBC que la mujer se fijaba en la salud del hombre como primordial. Me ha parecido muy interesante tu columna.
    Creo, Bolivar, que hablan en general pero que debería tomarse en cuenta la edad.
    No creo que una mujer madura vea a un hombre igual que lo vería una joven de 18 años. Hoy en día las chicas si son mas calculadoras que en mi época.
    La posición económica no era una de las prioridades, como prever si sería un buen padre, paciente y dedicado. ( cómo saberlo?)
    Lo que si estoy segura es que los matrimonio que se gestan en una
    adolescencia no llegan a durar mucho. Cada quien crece en distinta dirección. Hoy en día el divorcio es visto diferente, no es un fracaso como lo veían nuestros padres.
    El amor maduro debería de tener como requisito lo de la toalla, sin duda
    alguna. Darse mutuamente tiempo de calidad y no cantidad.

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