martes, 2 de noviembre de 2010

Los franceses unos holgazanes.

Francia la cuna de la civilización occidental, tiene problemas sociales muy fuertes, la sociedad está dividida por la cuestión de la jubilación retardada. Hay un marcado encono de todos en contra de Nicolás Sarkozy por sus políticas económicas. Este es el entorno de este análisis aparecido en La Vanguardia, de Barcelona.

"¡Aquí nadie quiere trabajar, pero todo el mundo exige buenos sueldos!", dice Ben, tunecino de origen y francés de adopción que tiene un puesto de frutas y verduras en la banlieue parisiense. Durante dos semanas, Ben ha tenido que aguzar el ingenio para obtener gasolina antes de dirigirse, de madrugada, a cargar el furgón al mercado central de Rungis.

Dominique, el de la pescadería: "Los franceses somos unos holgazanes, no nos gusta el trabajo", zanja, mientras dirige una mirada implorante hacia el cielo. Un poco más allá, Xavier, el peluquero, un bretón dotado de una afinada ironía, abunda en el mismo diagnóstico. "Los franceses estamos demasiado mimados, ése es el problema", sostiene, mientras añade una punzante observación: "Los que han salido a la calle y se han puesto en huelga son los que tienen el empleo asegurado y sólo trabajan 35 horas, los que tienen ya todos los privilegios…".

Dos Francias frente a frente en el conflicto de las pensiones. Una de ellas a voz en grito. La otra en silencio.

Que los pequeños comerciantes critiquen la agitación sindical y censuren las huelgas no es una sorpresa para nadie, está –por así decirlo-- en el orden de las cosas. Del mismo modo que resulta totalmente comprensible, además de legítimo, que los trabajadores protesten contra el retroceso que representa –por necesaria e irremediable que sea la medida— ver retrasada la edad legal de jubilación de 60 a 62 años.

El tema central del descontento ha sido básicamente el mismo: el rechazo a la figura de Nicolas Sarkozy y a su política. "Si el presidente es impopular, toda reforma que promueva lo será también, haga lo que haga", explicaba recientemente el politólogo Nicolas Tenzer.

La reforma de las pensiones, percibida como un recorte intolerable del Estado del Bienestar, no podía generar sino una amplia oposición en Francia, un país apegado a sus conquistas sociales, en el que la desconfianza hacia las élites está fuertemente arraigada y donde la popularidad del presidente está bajo cero. La reforma ha sido vista como la gota que colma el vaso de las injusticias. Sarkozy ha hecho demasiados favores a los poderosos –el llamado "escudo fiscal" sólo ha beneficiado a los multimillonarios-- como para que le sean admitidos ahora sacrificios por parte de los trabajadores. Ese doble rasero se paga.

Los errores de Sarkozy, sin embargo, no lo explican todo. El conflicto de las pensiones ha sido, también, la última erupción de un malestar de fondo, un magma espeso nutrido de desconcierto y miedo.

Profundamente inquietos –y refractarios-- al inestable mundo de la globalización, los franceses se han atrincherado desde hace unos años en una actitud conservadora, amarrándose desesperadamente al ideal de los buenos viejos tiempos como si todavía vivieran en los "treinta gloriosos" y reclamando del Estado –ese padre todopoderoso, lastrado por una deuda abisal— que mantenga su manto protector aún a costa de llevarlo a la ruina.

El Gobierno sabe desde hace tiempo que, con una deuda colosal de 1,5 billones de euros –cuyos intereses se comen todo lo que se ingresa en concepto de IRPF--, la situación es insostenible. "Estoy al frente de un Estado en bancarrota", dijo François Fillon nada más asumir el cargo de primer ministro en 2007. La oposición también lo sabe.

Los socialistas, que han ido clamando por las calles "¡injusticia!" ante la reforma de Sarkozy, son sin embargo los primeros en admitir entre dientes que la salvación del deficitario sistema de pensiones francés, atacado en su corazón por el aumento de la esperanza de vida y el envejecimiento de la población, pasa necesariamente por cotizar más años y jubilarse más tarde.

El conflicto de las pensiones ha puesto también de relieve, ¿por qué no decirlo?, la difícil relación que los franceses mantienen con el trabajo. "Somos la generación sacrificada", "Vamos a estar trabajando hasta que tengamos un pié en la tumba"… ¡El apocalipsis! La mera idea de jubilarse a los 62 años –una bicoca, comparado con el resto de Europa, donde se va a pasar de 65 a 66 o 67-- ha provocado en Francia un seísmo emocional difícil de comprender allende sus fronteras. Para muchos franceses, el trabajo ha dejado de ser una vía de realización personal para devenir una condena. Alargarla dos años les parece, pues, insoportable.

La punta de lanza del movimiento de protesta, el grueso de los manifestantes y los huelguistas ha estado integrado por los funcionarios y los empleados del poderoso sector público, secundados intermitentemente por una parte de asalariados de grandes grupos privados.

La instauración en 1998 de las 35 horas, la reforma más ambiciosa y controvertida de la era Jospin, ha introducido cambios sustanciales en la sociedad francesa. El aumento considerable del tiempo libre, unido a la extensión del tren de alta velocidad (TGV), ha disparado las salidas durante los largos fines de semana y las numerosas vacaciones escolares que jalonan el calendario, alimentando de paso el turismo y el mercado de segundas residencias. Pero sobre todo ha hecho cambiar la percepción sobre el trabajo y su lugar en la escala de valores

"Para salvar su régimen de pensiones, los franceses están dispuestos a hacer sacrificios financieros. Pero no a sacrificar su tiempo libre", consideraba en Le Nouvel Observateur el analista Jacques Juillard, quien añadía: "Los franceses no tienen la impresión de vivir, lo que se llama vivir, más que en vacaciones. La jubilación ya no es un retiro, es un rito inaugural, el comienzo de algo. Por eso el mayor partido de Francia, el único mayoritario, el único interclasista, el que trasciende todas las ideologías, es el partido del tiempo libre.

¡La verdadera vida empieza a los 60 años! El retraso de dos años de este segundo nacimiento es vivido por los franceses como una verdadera agresión existencial contra su tipo de vida y la idea que se hacen de la felicidad".

Mirémonos en el espejo de Francia en materia laboral, nos conviene ir tomando previsiones, pero ya...

1 comentario:

  1. Los franceses unos holgazanes es un buen título a tu escrito sobre esa problemática actual que viven ellos.

    Quieren un estado paternalista que PROVEA Y PROVEA y ellos jubilarse a los 60 años. Que no les gusta trabajar es obvio si siempre se les ha protegido. Ahora tendrán que entender que los baby boomers tuvimos pocos hijos, que estos a su vez estan teniendo ninguno o de suerte alguno...entonces ¿quién va a producir para aportar impuestos al estado?...y esa generación que va a jubilacion es mucho muy numerosa somos un gentíoooo. Pues...digo yo...que produzcan un par de años más. Pensar a largo plazo no es mala idea...o sí?...para ellos.

    Se imaginan...que pasará con las jubilaciones de tantísima gente si no se produce y se genera plata para un estado proteccionista...paternalista, más bien. ¿De donde va a salir el dinero para pensiones?

    No hace falta saber de economía para darse cuenta.

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