viernes, 12 de noviembre de 2010

Hace un año tuve una ilusión.

Hace un año exactamente vine a Guatemala acompañado por mi hijo, la idea inicial era la de recuperarme física y emocionalmente de un cáncer terrible, que ya había superado dos meses antes de viajar. Esta es la tierra de mi padre y la patria adoptiva de mi madre (mexicana), aquí tengo raíces profundas que son las de la niñez y la adolescencia.

El ciclo de retorno al origen parecía que se estaba cumpliendo a cabalidad, con una putualidad milimétrica, aunque nunca me lo había planteado así en mi larga permanencia en México. Vagamente rondaba por mi cabeza la fantasía de regresar a Guatemala. ¿Y hacer qué?

En México me forjé una carrera exitosa como psicoanalista y también como docente unversitario por espacio de más de 40 años.

Después de batallar contra el cáncer y vencerlo, decidí quemar las naves en México y retornar a Guatemala. Esa expresión de "quemar las naves" se refiere a la orden de Hernán Cortés el conquistador de México, para que nadie tuviera la osadía de querer volver a la "madre patria, y quemaron todos los navíos en Veracruz. Por el contrario, en mi caso, quemé las naves y de todos modos partí a la tierra de mis ancestros.

La atención de mis hermanas menores ha sido pródiga y amorosa para con su hermano mayor.

La ilusión a la cual aludo en el título de este texto, se refiere a la posibilidad de insertarme en la "sociedad guatemalteca", ya fuera en la universidad pública o en los círculos intelectuales de la capital de la república. O, bien, abrir un consultorio para la atención de pacientes en psicoanálisis. En realidad nada de ello ha ocurrido conmigo, sigo tan aislado como el día que toqué tierra en el aeropuerto de La Aurora.

Toda esta insólita situación que yo no pensaba vivir así, me ha permitido dedicarme tiempo completo a leer y a escribir todos los días con una disciplina admirable. Gracias ese impulso por escribir en forma sistemática he alcanzado un éxito relativo en la posición del blog, actualmente me leen en 54 países de todos los continentes y el número de visitas se acerca rápidamente a los 10 mil.

Intenté escribir en los periódicos locales, y los espacios están cerrados no sólo para mi, ni siquiera alcancé a escribir y publicar en las secciones dedicadas a los lectores o a opiniones de los ciudadanos. ¡Qué decepción!

Sigo pensando lo mismo que cuando tuve que partir a México en los años sesentas, Guatemala es una sociedad atrasada, que vive históricamente muy lejos de la modernidad, ahora que he vuelto, claro que sí hay cambios pero no los que yo hubiera imaginado o deseado para mi país.

En broma he dicho repetidamente que Guatemala vive en la Edad Media. Y los pocos conocidos que tengo, me manifiestan entre divertidos y enfadados conmigo: ¡Ya déjanos vivir tranquilamente nuestra Edad Media!

Asistí desde mi llegada a cuantos talleres de escritores o de lectura alcancé a descubrir, pero mis necesidades literarias eran de otra índole y de otro ritmo más veloz de lectura, así que los he abandonado casi todos.

Sólo permanezco en un taller de creación literaria que dirige mi amigo, escritor y psicólogo, Raúl de la Horra, quien nos enseña los trucos de la escritura de los cuentos y de las novelas, y que nos obliga todos los jueves a leer en voz alta nuestros cuentos y someterlos a la crítica de todos. Es una bocanada de aire fresco para mi, asistir a esos encuentros con mis colegas guatemaltecos, de quienes he aprendido la idiosincracia de mis paisanos a través de sus narraciones. Ha sido útil, podría decir que es mi única actividad social a lo largo de este año.

El encierro voluntario en mi monasterio particular, me convierte en un monje laico, casto, puro y obediente. No salgo ni a la esquina de mi casa. Me la paso mejor en el jardín haciendo los ejercicios que marca la terapia de rehabilitación de la pierna dormida y que me obliga al uso de las muletas canadienses, esas que utilizan los que han sufrido poliomelitis en la infancia.

Entonces entre ejercicios físicos rutinarios y los ejercicios literarios que no son nada rutinarios, se me pasa el día completo, de modo alegre y divertido.

Pero la ilusión inicial con la que partí de México hace un año, no se ha podido concretar. No conozco a casi nadie de mi interés, fuera de mis colegas del taller literario, las pocas posibilidades de tener amigas se estrellaron con una muralla más alta y gorda que la Muralla China, así que la opción de tener una amante chapina cayó estepitosamente por los suelos. Cerré ese capítulo con resignación y buen humor, ya que mi padre insistió toda la vida en que lo mejor era tener esposa del país, guatemalteca, nunca le hice caso, siempre me matrimonié con extrajeras pero de otros continentes. Ahora que le quería cumplir su deseo a mi amado padre, y que estaba soltero y disponible, pues resulta que fue imposible complacerlo. Ni modo...

Ya se me abrió la posibilidad de volver a México a recorrer los viejos caminos de mi experiencia universitaria y clínica, y del amor también.

Estoy seguro, ya lo comprobé, que La Edad Media no me hace feliz y eso que soy un caballero antiguo y posmoderno a la vez. Quizá por eso...

1 comentario:

  1. Este relato me ha encantado. Tan de adentro, profundo y sincero. Sos un ser transparente, un libro abierto que emana confianza.
    Al igual que vos, el taller es una de mis pocas actividades sociales y la disfruto aun con las desventajas que tengo al lado de maestros. He aprendido de tu narrativa y comentarios tan acertados. Espero tenerte allí mucho tiempo, al menos hasta que yo tire la toalla.
    Egoísta me sentiría de decirte que quizá encuentras algo en este miserable país o talvéz poner un taller propio, diferente, que incluya lecturas guiadas con una buena parte psicológica que nos ayude a entrar mas dentro de nosotros y visitar rincones de nuestra mente que aun no conocemos.
    Es halagador lo pleno de tus días con la disciplina de escribir, tus lecturas y el gran regalo que das a tus lectores.
    Felicidades Bolivar por tus éxitos.

    ResponderEliminar