Un texto delicioso de J.R. Albaine Pons, lo os comparto con vosotros.
Quizás no pensó Don Félix en toda la carga cultural de la palabra mago. Conocidos desde los Medas y los Persas, atesorados por los ingleses en la Edad Media con su archiconocido Merlín, adorados desde entonces por los españoles por ponerlos a visitar un pesebre y llevados al comic del siglo XX con el inolvidable Mandrake, los magos son no sólo nuestra fantasía, sino más aun, nuestra cotidianidad.
Los magos en realidad no son los que hacen milagros, que esos son los santos (aunque en siglos pasados la Iglesia Católica ofrecía y gustosa ofrendaba hogueras para aquellos que infringían las leyes naturales de su idea de Dios y no se salvó ni Juana de Arco), los magos son los que predicen el futuro y lo saben todo, aunque no saben nada de todo lo demás.
En realidad el predecir es una conducta muy propia del ser humano. En un texto reciente sobre la religión y su explicación como idea, el filósofo norteamericano contemporáneo Daniel Dennet presenta la conducta al parecer disparatada de una hormiga que insiste en escalar una hoja de hierba hasta llegar a su ápice y luego cae, para volver de nuevo a subir y repetir este alpinismo verde todo el tiempo.
La hormiga ni especula ni busca nada sobre la hierba. Biológicamente no obtiene ninguna ventaja, ni comida, ni pareja, ni territorio al realizar este comportamiento repetitivo. Pero tiene alojado en su cerebro un pequeño parásito; una duela de lanceta, parásito emparentado con nuestras tenias o solitarias, las duelas del hígado de los corderos y la esquistosomiasis que abunda en ríos del Este. Este Dicrocelium dendriticum en el cerebro de la hormiga, necesita llegar al estómago de un rumiante, de una oveja, para completar su ciclo de vida; y dirige así la conducta de nuestra hormiga.
Para Dennet, y para mucha de la psicología cognitiva actual, en los humanos son las ideas las que realizan las funciones de dirigir la conducta. Los humanos, ya lo sabemos, somos animales. Pero no de cualquier tipo, aunque sea difícil de creer. De los chimpancés nos separan 300 mil generaciones y 10 Mega de información genética.
Los humanos pensamos, y como dice Canetti, pensar es insistir, y predecir, agregamos.
No podemos olvidar que el 99 por ciento de la existencia humana la hemos vivido como tribus nómadas básicamente recolectoras y nuestros cerebros aunque hoy están aquí, en realidad están adaptados a esa vida errante de búsquedas y de expectativas y predicciones.
Y ahora magos son aquellos que hacen de sus predicciones un modus vivendi en la sociedad, en sociedades donde cada uno de nosotros cree con certeza ser por lo menos un mini-mago, un maguito de sociedad.
Todos somos magos. Intentamos predecir la Lotería, adelantar quién ganará las próximas elecciones o cuánto tiempo durará la “prima” en caerse. Ahora predecimos el ambiente y el clima. El calentamiento global, que quede claro: una predicción, sólo que de modelos matemáticos y en computadora y no en bola de cristal, pero predicción al fin. Desde presidentes hasta encargados de presas hidroeléctricas son los grandes magos actuales. Predicen el futuro y tratan su predicción como una cosa y como una causa y ya todo está resuelto.
Pero ojo, no confundir a los magos con los brujos y hechiceros. Estos últimos evolucionaron hacia la medicina moderna. ¿Y los magos? Evolucionaron también, pero en estos magos conocidos, que predicen y no pegan una. Pero no importa. Casi siempre los errores de nuestros magos gobernantes los pagan los pobres
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