sábado, 13 de noviembre de 2010

Otra mirada a Sylvia Plath.

Fue atractiva, de educación y cultura de grandes amplitudes, de enorme capacidad intelectual y poética, buena aceptación en los círculos literarios y una asombrosa precocidad para escribir. Tuvo becas, méritos, premios, fama, pretendientes. Todo ese palmarés no le bastó a su infierno interior, un despeñadero que ella trató de exorcizar a través de la escritura.

Sylvia tuvo el don de la palabra escrita y a este don se entregó y con ella su existencia en riesgo total. Como el mundo fue para ella un problema, entonces resolvió convertirse en un problema para el mundo.

"Estoy crudamente hecha para el éxito", afirma Sylvia de manera prosaica en su diario en abril de 1958. Y sin embargo no podía prever que el éxito se daría casi enteramente después de su muerte, y que sería irónico: por matarse impulsivamente dejó todo lo que más amaba, sus hijos y su valioso capital de trabajo en manos de quien consideraba su enemigo, su marido, TED HUGUES.

¿Es una casualidad que la línea de las altas exponentes de la poesía escrita por mujeres que marcaron -o hubieron de marcar- la literatura mundial, Safo, Woolf, Tsvetaeva, Plath, Sexton, Pizarnik, coincida tantas veces con la línea del suicidio?

¿Cuál es la tenebrosa relación que une el don de la palabra entregado con excelsitud a mujeres excepcionales y el costo de este terrible privilegio?

¿Es la locura la musa de la creatividad?

" Morir es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien.
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien, que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación...."

Aquella mañana fría del 11 de febrero de 1963 Sylvia rompió definitivamente la campana, la prisión que la atenazaba desde su infancia. Se levantó pronto, en un acto de último amor materno preparó el desayuno a sus hijos, abrió la llave del gas y cocinó su propio cadáver.

El destino le jugó una última jugada macabra. Murió sin saber la enfermedad que padecía, EL TRASTORNO BIPOLAR, y aunque sin curación, remitía con un tratamiento tan simple como la administración de Litio.

¿Pero hubiera querido Sylvia? ¿Habría renunciado a esos magníficos poemas hechos en plena fase depresiva de su enfermedad y que modificarían la poesía americana? ¿Habría renunciado a esa póstuma fama perseguida con ahínco toda su vida y que harían de ella un mito literario?

El último poema que escribe, la víspera del suicidio, es una despedida irrevocable.

La mujer alcanza la perfección.
Su cuerpo
Muerto porta la sonrisa del deber cumplido,
La ilusión de una necesidad griega
Fluye por los papiros de su toga,
Sus pies desnudos
Parecen estar diciendo:
Hemos llegado hasta aquí, es el fin.
Dos bebés muertos hechos ovillo, serpientes blancas,
Cada uno prendido a un pellejo
De leche, ya vacío.
Ella los ha replegado
Hacia su cuerpo como pétalos
De una rosa que se cierra cuando el jardín
Se endurece y las fragancias sangran
Desde las dulces y profundas gargantas de la flor nocturna.
La luna no se habrá de entristecer,
Allá en su atalaya de hueso.
Tiene, de todo esto, la costumbre.
A rastras crujen sombras negras.

Con su muerte nos privó de esos futuros libros que surgían a borbotones de sus entrañas y que a propósito plegó de nuevo hacia su cuerpo en un último gesto de rebeldía y desafío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario