sábado, 26 de marzo de 2011

Libia, construir un Estado de la nada.

Desde los cimientos. Los sublevados contra Muamar el Gadafi acometen una empresa descomunal, porque en Libia no se trata de derrocar a un dictador y a su camarilla corrupta, como en Túnez. No es cuestión de impulsar reformas democráticas bajo la tutela del Ejército, como en Egipto. En Libia, gestionada durante 41 años como una finca familiar por Gadafi, carente de Parlamento, partidos políticos, asociaciones civiles, y sin Ejército, el camino que emprenden los alzados contra el líder de la Yamahiriya -el Estado de las masas- adquiere tintes épicos.

"Carecemos de experiencia", admite un portavoz del Consejo Nacional, el embrión de las instituciones políticas que pretenden instaurar para desembocar en el Estado laico y democrático que propugnan. Y tampoco abundan dirigentes capaces, curtidos y aceptados por los cinco millones de libios. La ruptura con el régimen ha de ser de raíz, un borrón y cuenta nueva que exige una condición sine qua non: la caída del tirano.

Los alzados intentan fundar instituciones en el erial creado por Gadafi

La representación exterior es urgente para poder adquirir armamento
Pocos años después del golpe del 1 de septiembre de 1969 -aplazado un día porque el designio del coronel coincidía con un concierto de la mítica cantante egipcia Um Kulsum-, el coronel que defenestró al rey Idris se retiró al desierto a meditar, parió el Libro Verde e implantó un modelo en el que los temidos Comités Revolucionarios ejercían como órganos omnipresentes de la dictadura. El 15 de febrero comenzó el vuelco.

A partir de esa fecha, y en unas pocas jornadas, las sedes de los cuerpos de seguridad y determinados organismos oficiales -sin pillaje de propiedad privada- fueron arrasadas por el fuego. Fue lo más sencillo. Ahora deben construir en un país que desconoce el debate político.

Sin tiempo que perder en un país que sufre la huida de cientos de miles de inmigrantes, la mano de obra de una economía que se hunde, los insurrectos anunciaron en Bengasi el nacimiento del Consejo Nacional: 31 personas, 18 de ellas en la clandestinidad, no sea que los Comités Revolucionarios, acusados ayer de la detención de cientos de personas en Zauiya y Trípoli, den con sus huesos.

Ese Consejo se mostró, sin embargo, poco efectivo, amén de algunas disputas internas que emergieron a la hora de decidir si se negociaba alguna escapatoria para Gadafi. "El Consejo ha sido útil para mantener la cohesión. Es normal que al principio existan diferentes puntos de vista. No es fácil que todos acepten la autoridad del Consejo", comenta Mustafá Gheriani, incansable portavoz. Ahora, muchos diplomáticos, economistas y profesionales se están sumando a la actividad política. Necesitan con urgencia un Gobierno que les represente fuera de sus fronteras. "Así demostraremos al mundo que atravesamos un periodo transitorio que terminará con las elecciones", añade el vocero.

Nadie mejor que los exiliados y los militares que se opusieron al sátrapa para que se abran puertas en las capitales europeas y en Washington. Sin esos nuevos vínculos es inviable adquirir armamento y firmar contratos petroleros. Gadafi ha tildado de "perros" a estos hombres -mujeres apenas aparecen en la vida política en una sociedad sumamente conservadora- que suscitan el consenso de los libios por haber purgado décadas en prisión o por proceder de la diáspora, de donde regresan desde hace pocas semanas.

Mahmud Yibril apunta a primer ministro. Fue quien logró que Francia reconociera al Consejo Nacional como el Ejecutivo legítimo de Libia y quien intentó promover reformas desde el interior del régimen. Renunció asqueado. Tampoco confirmado oficialmente, Jalifa Hafter, más de 20 años de residencia en Estados Unidos, encabezaba el Ejército Nacional Libio, un movimiento armado de escaso éxito. Está libre de toda sospecha. Le besan los ancianos. Con seguridad ocupará la cartera de Defensa en el Gobierno de transición.

Ali Tarhuni apunta a ministro de Hacienda. Licenciado en la Universidad de Washington, ha vivido ya muchos años en EE UU. Y Ali al Isaui se baraja con firmeza como jefe de la diplomacia. Era embajador en India hasta que dimitió nada más estallar la revolución. Como lo hizo Abdelfatah Yunis, camarada de Gadafi en el golpe de 1969, y que, según mandos militares, será jefe del Estado Mayor.

Es solo el comienzo. Los escollos son enormes porque, además, la brecha generacional es patente entre estos líderes en ciernes -bien formados académicamente y políglotas- y una juventud que padece el deterioro de un sistema educativo que durante años prohibió la enseñanza del inglés o francés. "Lo más difícil", opina Gheriani, "es controlar a los jóvenes.

No reconocen a Yunis como jefe militar, y tienen reservas sobre Mustafá Abdelyalil, presidente del Consejo Nacional", que supervisará al Gobierno provisional. Anticipó el jueves el coronel Ahmed Omar Bani que se fundará el nuevo Ejército Nacional Libio. También nacerá de la nada, o de los restos que queden tras los combates, que ayer continuaban en Misrata, al oeste del país, y en Ajdabiya, en la oriental Cirenaica.

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