jueves, 17 de marzo de 2011

Lo que cuesta alimentar al mundo.

¿Producir para comer? ¿producir para exportar? ¿quién controla la tierra, el agua o las semillas de las que depende la seguridad alimentaria de millones? América Latina constituye un laboratorio en el que se experimentan cada una de estas preguntas. Los discursos estridentes a una orilla ideológica y otra ayudan poco a entender los dilemas a los que se enfrentan países como Brasil y Paraguay, de los que hablamos en la entrada de hoy. Asier Hernando, que lleva años impulsando programas y campañas en esta región nos ofrece una visión bien informada del problema.

Sudamérica está viviendo una efervescencia política maravillosa. Discursos sobre cambios de modelo, rechazo al neoliberalismo, nuevos paradigmas y fin de hegemonías están en la boca de Presidentes, académicos, organizaciones sociales e incluso de Naciones Unidas. Declaraciones que hablan de reducción del hambre y de las desigualdades o de integración y conservación del medioambiente son el pan nuestro de cada día.

Pero los discursos políticos y la economía no van siempre de la mano, y algunos datos sacan los colores a más de un presidente. Con un 30% de la población sufriendo inseguridad alimentaria, Sudamérica se ha convertido en uno de los mayores exportadores de alimentos del mundo, produciendo un tercio de la carne y la mitad de la soja del planeta, principalmente por la mayor demanda de Asia. China es ya el principal mercado de la agroexportación y Brasil ha triplicado sus exportaciones entre 1996 y 2009.

¿Cuál es el impacto de esta agro-ofensiva para alimentar el planeta y generar divisas? Mientras la cobertura forestal global aumentaba en 93 millones de hectáreas entre 2000 y 2005, en América Latina disminuía en 24 millones. Para mantener el rol imperante de la agroindustria, la región padece una concentración feudal de la propiedad de las tierras; la mayor del planeta. Esta situación se agrava y lleva a miles de campesinos a la pobreza cada año. En Paraguay, el 95% de las tierras cultivables son de latifundistas.

La población mundial podría llegar a los 9.000 millones en 40 años, así que si la agroindustria continúa creciendo a este ritmo, el Amazonas se convertirá en una gran Castilla La Mancha. Para evitarlo, los organismos internacionales proponen priorizar la productividad en vez de aumentar las hectáreas cultivadas, un reto que la región aún no ha resuelto.

Por otro lado, las ONG internacionales trabajan junto con organizaciones locales en zonas como el Chaco y la Amazonía para promover alternativas de producción de los propios indígenas y campesinos que no supongan la tala de árboles y preserven sus medios de vida. Estos son los llamados sistemas agroforestales, gracias a los cuáles los indígenas producen, conservan y protegen el bosque ante la codicia de los empresarios agroindustriales.

A pesar de lo que pretenden algunos gobiernos, el dilema de la producción de alimentos no está resuelto en América Latina y más bien contribuye a que se perpetúen las desigualdades. ¿Quién produce, cuánto y para qué mercados? ¿Se prioriza la exportación de alimentos o el consumo interno? ¿Dónde se ponen los límites a la expansión de las zonas cultivadas? ¿Se apoya a la producción de pequeña escala o a la agroindustria? Para muestra, un botón: Colombia ha cuadriplicado sus inversiones públicas en agricultura los últimos cinco años; sin embargo, una gran parte se destina hacia la producción de agrocombustibles. Alimentar coches en vez de personas.

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