domingo, 26 de mayo de 2013

Aznar, cabreado.

“Está cabreado como una mona”

Ensimismado, enfadado con su sucesor, obsesionado por preservar su imagen y su legado. Así ven al expresidente sus partidarios más cercanos

SCIAMARELLA

—Bien, chaval, así se habla.
—Te veo mañana a las 9.15.
El cruce de SMS entre Bernardino Lombao, de 75 años, y José María Aznar, de 60, la noche del miércoles fue así de escueto. El expresidente acababa de amagar con volver a la política en la tele, y su entrenador y amigo desde hace 18 años quería darle una palmada en la espalda. Pero Aznar ya estaba a otra cosa: quedar para correr sus 10,4 kilómetros diarios por el monte madrileño antes de coger un avión a Nueva York en su enésimo periplo por los salones del gran mundo. Lombao no se ofendió. Sabe que con Aznar, pamplinas, las justas. Si se ha propuesto algo, cumple el plan previsto. Otra cosa es que realmente quiera volver a la arena.
“Mi recomendación es que no vuelva, pero hará lo que le dé la gana”, dice este profesional que cogió a Aznar cuando “jugaba a la mariconada esa del pádel”, y le inoculó el virus del deporte hasta que el pupilo sobrepasó al maestro. “Está hecho una bestia. Tiene la resistencia de un atleta olímpico. Esa mañana, la gente le paraba a felicitarle. Otros pasaban, claro. Así es él: ha acojonado a medio país e ilusionado a otro medio poniéndolos sobre la mesa”.
Lombao es el único de una veintena de personas cercanas al expresidente que ha accedido a hablar sin reservas. La mayoría ni acusó recibo. Solo un puñado accedió a contar cómo ven a Aznar bajo estricto anonimato. Y le ven ensimismado, enfadado con lo que estima insoportable inanidad del Gobierno, y obsesionado con mantener incólume lo que él considera su inmarcesible reputación como el líder histórico que llevó a su partido y a su país a la cima.
“Está cabreado como una mona. Y ha dicho: ‘Eh, que estoy vivo”, resume uno de los pasajeros del legendario taxi de Valladolid —Ana Mato, Carlos Aragonés, Miguel Ángel Rodríguez y Miguel Ángel Cortés— donde empezó a gestarse la llegada a La Moncloa del entonces presidente de Castilla y León. “Ha hecho un prevengan, una especie de ‘ojo, que, si vosotros estáis muertos, aquí estoy yo que al menos tengo sangre en las venas”, dice otro aznarólogo. Es curioso que todos, independientemente de su sintonía, empleen parecidos términos para retratarle.

“Simpático no es”, dice uno. “¿Soberbio? Digamos que carece de empatía”, señala otro. “Es de una pieza, no sabe disimular, por eso da miedo. No como el gallego, simpático pero peligroso”, remacha un tercero. Todos le atribuyen una voluntad de acero. Para aprobar las oposiciones. Para ligarse a Ana Botella, la guapa de la panda. Para construirse a imagen y semejanza de su idea de sí mismo. “Como no era guapo, como Blesa; ni brillante, como Gallardón, se propuso ser el más poderoso. Es un espectáculo verle trabajar. Y es un patriota, no es que le duela España, es que es su propia trituradora. Míralo: se ha autofagocitado, es un concentrado de energía, el hombre bala”. Aznar es coqueto, se gusta y tiene un altísimo concepto de sí mismo, acuerdan. Y justo ahora, con el torso cincelado que jamás tuvo. Habiendo logrado hablar inglés “igual de mal que español, y que se le entienda”.
Ganando una millonada como consejero y conferenciante de lujo. Relacionándose con hombres y mujeres interesantes más fuera que dentro de la pequeña y querida España. Con su esposa de alcaldesa de la capital del Reino. Con dos de sus hijos casados, el tercero haciendo dinero y rompiendo corazones, y cinco niños llamándole abuelito. Justo ahora, el hombre con una de las mejores agendas del globo está, quizá, más solo, aislado, y enojado que nunca.
“Sufre la maldición del expresidente”, dice alguien. “Ha tocado el cielo y no está muerto”. Encima, está horrorizado. Ha asistido a lo que considera un fin de ciclo: la comparecencia en la que Sáenz de Santamaría, Montoro y Guindos tiraron la toalla contra el paro. Rajoy, el hombre al que eligió precisamente por ser su opuesto, para que se le echara de menos, “le ha salido rana”. Pero, sobre todo, él, que vive de su pasado y a quien fichan por su prestigio, no puede soportar que alguien se meta en Google y asocie su nombre con sobresueldos y regalos de boda de un delincuente. Ni que “emerja que el famoso milagro Aznar fue una borrachera de burbujas que estalló y ahora estemos sufriendo una tremenda resaca”, según desliza un crítico.
Que nadie haya salido a defenderle le tiene trastornado. En esa tesitura, dicen quienes le conocen, “ha tenido un momento De Gaulle”. “Todos se creen los fundadores, y él no es menos”. Lo que hará no lo sabe nadie. Ni él, probablemente. “Ni es ni tonto ni incauto”, advierten. Estará calibrando reacciones, rumiando su hoja de ruta para luego aplicarla a rajatabla. Hace 25 años, este periódico invitó al entonces presidente de Castilla y León a retratarse como su personaje favorito. Aznar eligió el Cid Campeador, el guerrero que ganó batallas después de muerto. Según Lombao, “la bestia” de Aznar tiene 15 años menos de los que dice el calendario. Le queda por dar mucha guerra.

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