Suecia, ¿paraíso perdido?
Ana María Aragonés
Suecia ha vivido una
semana de disturbios sin precedente. Se iniciaron el 19 de mayo de 2013
en Husby, suburbio de Estocolmo poblado por un gran número de migrantes,
y se extendieron durante seis días en otras comunidades. La razón fue
la muerte de un migrante portugués, de 69 años, por varios agentes, al
que pretendían detener pues llevaba un cuchillo. Se incendiaron coches y
se apedreó a policías.
De acuerdo con algunas notas periodísticas (Óscar Gutiérrez), lo que
los jóvenes señalan es que no quieren hacer daño, que es una forma de
expresión en contra de la policía, a la que consideran racista, que los
atosiga y discrimina de diversas formas. De acuerdo con Yves Zenou,
profesor de la Universidad de Estocolmo, las principales causas de los
disturbios son la exclusión, la pobreza y el desempleo. Señaló que
muchos se sienten separados de la sociedad sueca y tienen bajos niveles
de educación, lo cual resulta obstáculo para obtener un empleo. De aquí
que un habitante de Suecia señale que si no tienen pan, entonces tiran
piedras.Si bien el primer ministro de centroderecha Fredrik Reinfeldt describió los sucesos con el epíteto de
vandalismo, lo más grave es el posible reforzamiento de los llamados Demócratas Suecos, partido de ultraderecha que en las últimas elecciones alcanzó 12 por ciento de la votación y cuya postura central es impulsar una política antinmigrante. De acuerdo con algunas encuestas, en las próximas elecciones podrían alcanzar 15 por ciento. No es extraño que se trate de los partidos que en momentos de crisis se fortalecen, como lo han hecho en toda Europa, y la bandera principal es ir contra los migrantes, a los que señalan como causantes de todos los males de la sociedad. Lo cual tampoco es extraño, simplemente recordemos las posturas que han adoptado organizaciones como el Tea Party en Estados Unidos, por sólo poner un ejemplo que en México se sufre.
Pero habría que preguntarse por qué Suecia, país que se ha caracterizado por sus puertas abiertas a la migración y por su política de integración; que es sin duda un país de refugio y asilo y creó nada menos que la figura del llamado ombudsman –modelo para un conjunto de países que han adoptado los derechos humanos como política de convivencia–, ahora se encuentra en las páginas de los periódicos señalada por poner en entredicho su efectividad en relación con los derechos humanos. País que había sido considerado por la OCDE a la cabeza del ranking de las sociedades de mayor igualdad y ahora ha caído al número 14; si bien señala que a pesar de que ha crecido la desigualdad de ingresos más rápido en Suecia que en cualquier otra nación industrializada entre 1985 y el final de la última década, aún sigue siendo mucho más igualitaria que la mayoría de naciones. Sin embargo, para Barbro Sorman, activista del Partido de Izquierda de oposición,
Suecia está empezando a parecerse a Estados Unidos.
Llama la atención que prácticamente el eje de las discusiones,
en general, sea la migración, y con toda razón Andreas Johansson,
politólogo del centro de estudios sueco Timbro, señala que será un paso
para incrementar la polarización sobre el tema de la migración en
Suecia.
Desde mi punto de vista, es una forma de desviar la atención del verdadero problema, que tiene que ver con la aplicación de una nueva política, prácticamente iniciada en la década de 1980 y reforzada en 1990, y la llegada del primer ministro de centroderecha, Fredrik Reinfeld, fue interpretada como
La entrada de Suecia a la Unión Europea en 1995 le supuso, entre otras cosas, dejar a un lado el estado de bienestar y, bajo la supuesta modernización, aplicar el neoliberalismo recortando el gasto social en primer lugar. Esto tuvo graves consecuencias en la distribución de la riqueza y de las ganancias. El neoliberalismo y la regulación socioeconómica no sólo hicieron de Suecia un híbrido, sino que fue el origen de la crisis de bienestar, como señala Ryner. El neoliberalismo remplazó los valores de la socialdemocracia, que implicaban la solidaridad y equidad con los trabajadores. De tal manera que no es extraño que estos jóvenes que ni estudian ni trabajan sean producto de las sociedades creadas por el modelo neoliberal, cuyo eje gira en torno al mercado, las privatizaciones, el dinero, el egoísmo.
Sin embargo, si resulta cierto, como señala Joan M. Álvarez, que
Desde mi punto de vista, es una forma de desviar la atención del verdadero problema, que tiene que ver con la aplicación de una nueva política, prácticamente iniciada en la década de 1980 y reforzada en 1990, y la llegada del primer ministro de centroderecha, Fredrik Reinfeld, fue interpretada como
el toque de difuntos para el modelo erigido por la socialdemocracia de Olof Palme, como señala Joan M. Álvarez.
La entrada de Suecia a la Unión Europea en 1995 le supuso, entre otras cosas, dejar a un lado el estado de bienestar y, bajo la supuesta modernización, aplicar el neoliberalismo recortando el gasto social en primer lugar. Esto tuvo graves consecuencias en la distribución de la riqueza y de las ganancias. El neoliberalismo y la regulación socioeconómica no sólo hicieron de Suecia un híbrido, sino que fue el origen de la crisis de bienestar, como señala Ryner. El neoliberalismo remplazó los valores de la socialdemocracia, que implicaban la solidaridad y equidad con los trabajadores. De tal manera que no es extraño que estos jóvenes que ni estudian ni trabajan sean producto de las sociedades creadas por el modelo neoliberal, cuyo eje gira en torno al mercado, las privatizaciones, el dinero, el egoísmo.
Sin embargo, si resulta cierto, como señala Joan M. Álvarez, que
el estado de bienestar sueco no es un invento exclusivo ni de la clase obrera ni de la socialdemocracia, pues en su ADN hay raíces más profundas o anteriores al capitalismo, es de esperarse que Suecia, más pronto que tarde, recupere la generosidad del modelo de bienestar puesto en riesgo por el neoliberalismo.
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