
A Alfonsina Storni, en una
entrevista,
la presentaron como el hombre que había tenido la desgracia de nacer
mujer. Sí, porque la poeta había crecido en una sociedad que no podía
asimilar la libertad con la que vivía absolutamente todo: desde su
literatura hasta su sexualidad, como artista y como mujer.
Alfonsina Storni
estuvo enamorada de un hombre casado y se quedó embarazada. Lo más
común en la época era abortar, porque por supuesto el padre de la
criatura no pensaba darle su apellido, puesto que tendría que
oficializar lo que en un principio no debería pasar de aventura. Así que
renunció al amor y a la familia estereotipada y se marchó con su hijo,
al que como pudo sacó adelante sin dejar de estar presente en la vida
cultural del momento. Pero no es la única a la que preocupaba esa
dualidad entre hombre y mujer, siendo la barrera entre ambos no la
diferencia de sexo, sino la diferencia entre libertad y libertad.
Sylvia Plath,
siendo jovencísima, también empezó a darse cuenta de que nacer mujer
iba en contra de todas las vidas a las que quería asomarse siquiera a
curiosear. En sus diarios, anotaba: "Estoy de malas. Me disgusta ser
chica porque como tal he de comprender que no puedo ser hombre. En otras
palabras, tengo que canalizar mis energías en la dirección y la fuerza
de mi compañero. Mi único acto libre es elegir o rechazar a ese
compañero". Incluso llegó a decir que su gran tragedia era haber nacido
mujer, frase que recuerda muchísimo a la que utilizaron para referirse a
una poeta mucho anterior a ella. Pero no son las únicas que se parecen
entre sí y que preferirían haber nacido en el sexo opuesto, y con
opuesto estamos siendo literales en la mayoría de casos: el que se
opone.

Lamentablemente,
los primeros signos de feminismo siempre están cargados de una pequeña
guerra porque hay un ataque: la mujer contra la sociedad, la mujer
contra el hombre, la mujer contra la mujer. Y la peor de todas las
batallas que le toca librar es esta última. Alfonsina Storni tenía
grandes problemas para ser comprendida, en su vida y en su poesía,
especialmente por las mujeres, que la consideraban inmoral. Y Sylvia
Plath luchaba contra los tópicos femeninos de la época, como la
sexualidad o la imposibilidad de cursar una carrera sin el dinero de un
marido que no tenía y, además, no lograba encontrar (por fortuna,
consiguió una beca para sus estudios). La mujer se ve abocada al hombre,
y aquellas que buscaron ser independientes eran definidas como
varoniles. Entre ellas,
Emilia Pardo Bazán:
"Lo dicho, esta especie de transposición del estado de mujer a hombre
es cada día más acentuada en mí, y por eso no tengo tanta zozobra moral
como en otro caso tendría. De los dos órdenes de virtudes que se exigen
al género humano, elijo las del varón... y en paz".
Igual que Alfonsina Storni, Pardo Bazán vivía su sexualidad y su
apasionado amor como si fuera un hombre... pero había tenido la
desgracia de nacer mujer. La
coruñesa
luchaba contra un enemigo invisible que no era siquiera el sexo que se
opone, sino una sociedad entera, unida por los prejuicios y la falta de
justicia, una presunción de oportunidad: hasta que no se demuestre lo
contrario, la mujer merece lo mismo que el hombre. "Lo único que creo
que se debe en justicia a la mujer es la desaparición de la incapacidad
congénita con que la sociedad la hiere. Iguálense las condiciones, y la
libre evolución hará lo demás". Esta frase bien podría servir para
contestar los elogios de Clarín a la escritora, que aseguraba que era
brillante ma la gloria non vedo, porque la gloria era un lugar reservado
para los hombres; la mujer no podría igualarse al hombre nunca porque
la inteligencia era también una condición del varón. "En este
desgraciado país, incapaces los hombres de equipararse a las mujeres, se
dedican a difamarlas", le confiesa Pardo Bazán a
Pérez Galdós.

Pero
a veces el género opuesto, es decir el que se opone, está en nuestras
listas: cuando Doña Emilia fundó la Biblioteca de la Mujer, con títulos
de John Stuart Mill o August Bebel, rápidamente la línea empezó a
ampliarse y a encaminarse hacia lo que la mujer demandaba, y lo que la
mujer demandaba no eran ni mucho menos la osadía de Sylvia Plath, la
inmoralidad de Alfonsina Storni o la lucidez de Pardo Bazán, sino que la
conciencia femenina empezaba y terminaba con volúmenes sobre cocina.
"Cuando yo fundé la Biblioteca de la Mujer, era mi objeto difundir en
España las obras del alto feminismo extranjero (...). He visto, sin
género de duda, que aquí a nadie le preocupan gran cosa estas
cuestiones, y a la mujer, aún menos. Cuando por caso insólito, la mujer
se mezcla en política, pide varias cosas asaz distintas, pero ninguna
que directamente, como tal mujer, le interese y convenga. Aquí no hay
sufragistas, ni mansas ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de
luchas sin ambiente, he resulto prestar amplitud a la sección de
economía doméstica de dicha Biblioteca, y ya que no es útil hablar de
derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara
escabeche de perdices y la bizcochada de almedra". Efectivamente, la
lucha sin ambiente no es lucha ni útil, y Pardo Bazán amplió su
biblioteca porque además de ser una Biblioteca de la Mujer, pretendía
ser una Biblioteca para la mujer: y a la mujer no le preocupaba el
feminismo, le preocupaba incluso menos que al hombre, porque los libros
no se hacían solos, pero el escabeche de perdices tampoco.
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