domingo, 28 de abril de 2013

La noche del poeta.

La noche enorme

Es una época oscura y oscurecida, y oscurantista. Y sería tan sencillo explicar; explicar es respetar


En la emocionante crónica que Fernando Savater escribe de la visita que hizo a Octavio Paz poco antes de que el poeta muriera hace 15 años en su casa de México, el filósofo recoge un poema que deletreo:
“Soy hombre, duro poco, y es enorme la noche. Pero miro hacia arriba, las estrellas escriben, sin entender, comprendo. También soy escritura, y en este mismo instante, alguien me deletrea”.
Dice Savater en su libro Las ciudades y los escritores, que publica Debate, que ese texto escrito “casi como una especie de epitafio póstumo, para Ptolomeo, el famoso astrónomo renacentista” puede leerse (y deletrearse), también, como un epitafio para el propio Paz. La poesía tiene el poder de convocar los sentimientos de cada uno, y definir asimismo las épocas que vivimos, cualquier época, en cualquier tiempo. Esa es la grandeza de la poesía, y, cómo no, esa es la grandeza del poeta que tan amigo fue del filósofo español que le visitaba ya en la agonía final de su vida. En la noche enorme.
Es una época oscura y oscurecida, y oscurantista. Caballero Bonald, el poeta que ganó el Cervantes (como Paz) evocó esta semana, delante de muy ilustres figuras, el vuelco oscuro que ha dado la vida; hasta la razón ha sido desahuciada, y como señalaba su colega mexicano tantos años antes refiriéndose a Ptolomeo las estrellas se hallan confundidas, no se entiende nada, no se sabe nada, nadie deletrea en serio qué pasa, qué ha pasado, qué tendría que pasar.
Y sería tan sencillo explicar; explicar es respetar. Imaginen que desde que comenzaron los escándalos andaluces todos los que supieran hubieran explicado, a los jueces, a la prensa, a los parlamentos, en qué consistió el desfalco; cómo hubiera sido el ahora llamado caso Urdangarin si la persona de este apellido se hubiera personado en sede judicial, y ante la prensa, y quizá ante su suegro, para decir en qué había consistido la terrible sucesión de sus errores; o cómo hubiera sido el llamado caso Bárcenas si el hombre de este apellido y el partido que lo quiso, lo toleró y lo estimuló hubiese contado, teniendo al lado a los suyos (“a los que tanto estimo”), cuál había sido la raíz de su abusiva cuenta de resultados (la suya y la de su partido, por cierto). Y cómo habría sido lo que sigue sucediendo con Feijóo si este se hubiera subido a aquella rueda de prensa con todos los datos, los que le gustan y los que lo avergüenzan, en lugar de esconder la mano izquierda para que no se enterara de lo que hacía la mano derecha.
Si se explicara. Si, por ejemplo, el ministro de Justicia Ruiz-Gallardón hubiera explicado por qué reduce a clandestinas (como decía la vecina Elvira Lindo en este mismo periódico) a las mujeres que no pueden estar conforme con los embarazos que hasta ahora se podían interrumpir por ley. Por qué, como decía otra vecina, Soledad Gallego-Díaz en la SER, se dejan de cumplir tantos renglones de la propuesta electoral del Gobierno y sin embargo el ministro insiste en cumplir precisamente ese texto legal que tanto costó y que tanto disgustó siempre a la carcunda eclesial.
Si se explicara, si se respetara, si se entendiera. Pero estamos en la noche enorme, en eso estamos.
jcruz@elpais.es

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