Cubrirse para descubrirse
Bárbara Jacobs
Si tú espetas a otro
Es lo que sucede en la Cámara, Capilla o Ermita del Secreto, que es
una bóveda elipsoidal en la que, según describe el diccionario, los
frailes descalzos que la construyeron en el siglo XVI aprovechaban las
particularidades de su acústica para romper sus votos de silencio, pues
al hablar muy cerca y en tono muy bajo desde uno de los extremos, en el
extremo diametralmente opuesto se escucha con precisión lo que dice sin
que, quien estuviera entre uno y otro extremos, escuche nada. De nuevo,
dar la cara y la voz al muro resultaba el medio adecuado para hablar a
quien tuviera prohibido hablar, que es lo mismo que decir que solamente
oculto podía dar expresión a un secreto. No ser visto era la mejor
opción para expresarse, o expresarse contra un muro, el muro, por tanto,
equivalente a la máscara.Fuera máscaraspareces querer animarlo a que te diga la verdad, a que abandone una pose y sea
él mismo. Sin embargo, a Sigmund Freud, fundador del sicoanálisis, le pareció que la mejor manera para que un paciente dijera la verdad era si el médico se ocultaba detrás de la cabecera del diván sobre el que el tendido hablaba. De algún modo, el método más bien hacía las veces de máscara. Que es el mismo sistema, quizás igualmente intuitivo, que ideó el inventor del confesionario, en el que se interpone entre la cara del pecador y la oreja del confesor una malla que disimula o hasta distorsiona las facciones del penitente, lo que en consecuencia le permite confesar o exponer el pecado. La red intermedia entre la voz y los labios de uno y el oído y la oreja del otro, reproduce asimismo la función de la máscara.
Hablo de esto porque me llamó la atención que, en el siglo XIX, el reverendo Patrick Brontë, que buscaba la honestidad y la sinceridad extremas, hubiera ideado pedir, en determinado orden, a su hijo y a cada una de sus hijas, que se pusieran una máscara para que de este modo pudieran contestarle sin timidez y con todo atrevimiento lo que fuera que él les quisiera preguntar. La ocurrencia de valerse de una máscara como medio para facilitar que el carácter oculto del enmascarado saliera a la luz, aparte de inspirada fue eficaz.
La historia de la máscara es tan vieja que se remonta a la prehistoria. Su uso en las diferentes comunidades sociales y en el teatro antiguo y nuevo es viejo y está generalizado. De rituales religiosos a tradiciones guerreras y aplicaciones ornamentales. La máscara ¿caracteriza o desfigura? También habría que tomar en cuenta las derivaciones del término y sus significados. Desde mascarada, que es una fiesta de disfraces, hasta mascarilla que, según si cubre únicamente la nariz y la boca o toda la cara, ya sea que proteja al que la use de contaminarse a sí mismo de algo dañino en el exterior, o de que él contamine al exterior con algo nocivo suyo. Por otra parte, la mascarilla asimismo es un vaciado que se saca de una cara, una calca o copia, una fotografía con relieve, para conservarla, particularmente la de un cadáver.
Pero a todo esto ya no sé en qué quedamos. La máscara es una figura de un material u otro, de una u otra forma, con la que te cubres la cara para no ser reconocido o, precisamente, para poder darte a conocer. En este sentido, de la máscara al seudónimo no hay distancia, de la máscara al anonimato; tampoco, de la máscara a la revelación de la identidad.
Pienso de igual modo que el cultivo de la impasibilidad conduce al experto a fusionar los dos sentidos de la máscara, disyuntivos entre sí, en la transformación en máscara de él mismo. Sería algo así como alcanzar la ecuanimidad, ese estado en el que así como ni la gloria ni la vergüenza te perturban, de idéntica manera ni la verdad lo es sin engaño, farsa o mentira, ni la mentira –farsa o engaño– sin verdad. Es sabio el que se cubre, pregunto, o es más sabio el que se descubre. El tema es inagotable. Aunque estoy casi segura de que, después de leer estas líneas, al lector se le habrán multiplicado las interpretaciones posibles de la frase
Fuera máscaras.
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