sábado, 4 de mayo de 2013

Una princesa aburrida

Acatar o no acatar

En serio: Letizia podría ensayar un poquito más estas aristocráticas apariciones, disimular con más convicción el desinterés que siente por ellas. Sabemos que es una profesional atrapada en un palacio

Sheikha Moza bint Nasser, jequesa de Catar, a su llegada a la ceremonia de coronación de los reyes de Holanda. / FRANK VAN BEEK (AFP)

Desde que en su discurso de despedida, Beatriz de Holanda dijera eso de “puede que la historia diga que la elección de mi esposo fue mi mejor decisión”, he sentido que tenemos mucho en común. No como reinas, sino como personas. Y que duda cabe que su hijo, el nuevo rey Guillermo Alejandro, secunda esta felicidad conyugal. Porque, ¿qué seria hoy Holanda sin Máxima, toda emoción, toda gestualidad y glamour latino? Y, qué seria de Argentina sin Máxima, que ha convertido en realidad el sueño de toda mamá conservadora, que su hija (no su hijo) llegue a ser reina.
Es curioso que en los dos casos de renuncia a una jefatura de estado, como hemos asistido en el Vaticano y en el reino de Holanda, los sucesores compartan nacionalidad, tango y parrilla. Un doble golpe difícil de encajar para la presidenta argentina, Cristina Fernández, que tiene que luchar por la reelección, el escándalo de lavado de dólares por parte del entorno de su difunto marido y ver como dos compatriotas se plantan en el centro mismo del poder europeo y la dejan en la periferia. Por ese triunfo personal, Máxima no solo estuvo regia en su investidura sino que demostraba estar pasándoselo genial con el subidón al trono. El despliegue de tiaras, collares y tulipanes le ha sentado muy bien a los invitados. Confirmando que nada mejor para cualquier corona que la renovación y el oxígeno del carnaval que le acompaña. ¡Otro efecto realmente balsámico de lo sucedido en Amsterdam es comprobar la ausencia de trauma en la abdicación! Sencillamente, te peinas y te arreglas bien, convocas en un maravilloso salón con una solida mesa de caoba y enmarcas en un buen libro el acta de renuncia, te sientas junto a tus sucesores, firmas y… ¡traspaso de poderes listo! Se inicia una nueva etapa, se recupera la credibilidad y, lo dicho en El gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual. Ni peros constitucionales, ni melones abiertos. Cuando las encuestas indican que bajas, la mejor manera de recuperar es renunciar.
Luego viene todo lo serio. Esa Mozah, jequesa de Catar, con su glamour XXL, acatando al máximo los códigos que exige la costumbre islámica y definiendo la mujer árabe rica de hoy, pero con un aire de naftalina retro años cincuenta. ¿Cómo se puede definir ese collarón que llevaba? ¿Aristocrazy? Un poco de aristo y un mucho de crazy. Fue uno de los artefactos más grandes de todos los vistos, una especie de Desafío de Andrómeda de medialunas engarzadas en oro, destacando sobre la oscuridad de su vestido-túnica azul petróleo (qué otro color iba a usar viniendo de un emirato). Se sentó con el aplomo y la tranquilidad que te da llevar Catar al cuello. No lejos, Letizia, también vestida de oscuro , llevaba a Catar en la cabeza, ya que su tiara era la misma que se empleó en la boda de Urdangarin, quién ahora está pendiente de su contrato de trabajo allá en el emirato. Letizia no quería dejar pasar la oportunidad de recordárselo de alguna manera a la jequesa antes de que esta se quitase su turbador turbante. En serio: Letizia podría ensayar un poquito mas estas aristocráticas apariciones, intentar disimular con mas convicción el desinterés que siente por ellas. Princesa, sabemos que es una profesional atrapada en un palacio, no tanto como la princesa Masako que llevaba siete años sin salir, pero tómese estas situaciones precisamente como un trabajo. No debería seguir apareciendo guapa pero con el rostro tenso marcado por el “vámonos cuanto antes, que rollo!”. Lo bueno ha sido confirmar que Felipe Varela, su diseñador de cabecera, se ha visto las mejores películas de Sara Montiel, en especial La Violetera y eso le ha ayudado a interpretar a la princesa entre encajes. Un buen guiño a nuestra cultura popular al que las princesas también están engarzadas.
Lo del talante de Letizia no fue nada comparado con la maquilladísima cara de Masako, la princesa que como ya hemos dicho lleva siete años sin salir de casa y once sin salir de Japón. En la investidura estaba como una seda aunque, ligeramente desorbitada quizás por ver tanto brillo tan de sopetón. Puede ser que sentir tan de cerca a Mozah y a Letizia juntas no haya sido del todo beneficioso para su estado. En el fondo, probablemente, anhela lo que anhelamos todos, que algo gordo y duro, como un pedrusco de la jequesa, nos caiga en la cabeza para despertarnos de este mal sueño.
Sin sueño y muy despierta estuvo Genoveva Casanova, directora de proyectos y diamante en bruto, de la Casa de Alba, al confundir, en un baile de hombres y de letras, a Quevedo con Cervantes. Habló de la importancia de El Quijote de Quevedo y de Los Fusilamientos del 3 de mayo, de Goya. Dando así un punto humano y divertido a la rigidez cultural de los clásicos en la entrega de premios Naranja y Limón. En la aristocracia del deporte americano también se ha encendido otra estrella: Jason Collins, que desde el núcleo duro de la NBA ha reconocido públicamente su homosexualidad. Una difícil decisión que el presidente Obama apoyó inmediatamente haciéndonos ver, al igual que Genoveva y Beatriz, que lo realmente traumático es no querer cambiar. Ni abdicar.

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