lunes, 8 de abril de 2013

La Dama de Hierro

La huella de Thatcher

Las políticas de la dirigente británica marcaron las últimas décadas de su país y el mundo



“No soy una política de consenso. Soy una política de convicciones”. Esta frase de Margaret Thatcher resume probablemente mejor que ninguna otra la naturaleza de un liderazgo que ha marcado las últimas décadas. Con su muerte, ayer, a los 87 años, desaparece una figura arrolladora que transformó Reino Unido y contribuyó a transformar el mundo.
Thatcher rompió moldes, empezando por las rígidas estructuras clasistas de su país y del Partido Conservador. Con un tesón inquebrantable, superó la barrera de género y la que sufría por proceder de la clase media baja y logró ingresar en la Universidad de Oxford, imponerse al obvio desdén de algunos de sus correligionarios y convertirse en la primera mujer en dirigir una potencia occidental.
La Dama de Hierro no dejó indiferente a nadie. Como primera ministra, despertó las pasiones más fervorosas y los odios más intensos, y esa emoción polarizadora sigue presente al juzgar su legado. De lo que no cabe duda es de que su huella ha marcado no solo sus 11 años de mandato, sino la agenda de tres décadas. La creencia de que una nación solo puede prosperar con personas libres y con libertad económica, la insistencia en la responsabilidad individual y en la firmeza de las democracias frente a las agresiones conforman lo más aplaudido de la herencia ideológica del thatcherismo.
Sobre esos principios gobernó sin ceder un ápice. Su política de privatizaciones y liberalización económica sacaron del marasmo a un país paralizado. Ganó la guerra a los sindicatos y a las élites británicas, en defensa de un capitalismo popular. Los daños del choque en costes sociales, fragmentación y deterioro de servicios públicos también se anotan en su cuenta. Pero ningún gobernante británico posterior ha revertido sus principales reformas.
Su defensa de la libertad la llevó a embarcarse con Ronald Reagan en una política de acoso al poderío soviético que acabó por reconfigurar el equilibrio geopolítico mundial. Y según reconoció Mijaíl Gorbachov, la mediación de Thatcher fue decisiva para lograr el fin de la guerra fría. Pero su terca rigidez sobre Europa se acabó volviendo contra ella.
El carácter a veces se confunde con la obstinación. La firmeza de convicciones puede acabar en intransigencia. Thatcher apostaba fuerte. Ganó y perdió siempre a lo grande: una revuelta interna en su propio partido la sacó en 1990 del juego político.

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