domingo, 7 de abril de 2013

La nieve.

Memoria de la nieve

Las fotos son metáforas, de un momento, de una relación, de un suspiro

La nieve es inolvidable, no se la puede negar. Entra en tu cerebro como un cuchillo de Borges, como un poema de Llamazares, y ahí se queda, nadie la puede mover. Y si has visto la nieve ya nunca te olvidas del lugar en que la tocaste. En Estocolmo, en el Teide, en Andorra o en los Picos de Europa. Te perseguirá la nieve, no la puedes negar. Y si la niegas algún día sentirás el aire implacable de su venganza.
 Julio Llamazares, el escritor leonés, tiene unos hermosos versos sobre ese espacio blanco y gélido que, una vez conocido, ya es parte indivisible de lo que soñamos, de lo que somos, de lo que recordamos; la nieve es el primer juguete verdaderamente blanco de nuestras vidas. No lo tacha nada, ni otro juguete.
Dice Llamazares, en su libro Memoria de la nieve: “Mi memoria es la memoria de la nieve. Mi corazón está blanco como un campo de urces/ En labios amarillos la negación florece, pero existe un nogal donde habita el invierno”.
Lo que pasa con la poesía es que revela el alma del que escribe, y uno ha de subir esa cuesta hasta que hace los versos suyos; el poeta, en este caso, nació con la nieve de marzo, acaso la última nieve del invierno leonés, donde siempre hay un nogal que es igual que el invierno.
En la vida real (o irreal), es decir, en la vida en prosa, es mucho más directo todo, menos sustancial acaso, pero sirve como manera de conocer de qué materia está hecha el alma de los hombres. Aunque la prosa es urgente, siempre hay algo en su titubeo que denota quién dice y por qué. Y si desdice también afirma quién es. Ojo: la nieve lo delata todo.
Pensé en esto al escuchar, el lunes a mediodía, cómo el político gallego Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta, explicó que no sabía muy bien dónde había visto la nieve en un viaje que hizo con malas compañías. Primero les dijo a unos periodistas de EL PAÍS que había estado en Andorra, y como quiera que, “tras consultar a algunos de los acompañantes”, verificó que su viaje no fue a ese paraíso (para algunos fiscal, para otros dorado), se sintió en la obligación de explicar ante la prensa nacional que en realidad se había desplazado a los Picos de Europa... “Lo que sé es que había nieve”.
La prueba de la nieve es imprescindible para saber del paradero de las conciencias, si dicen la verdad, si dudan o mienten. En esas segundas declaraciones, Núñez Feijóo dijo que no tenía duda de que esas fotografías que han dado tanto que hablar iban a ser “estiradas” al máximo, y él imaginaba que en su perjuicio. Es probable: las fotos están para ser estiradas; como dirían los fotógrafos, y con razón, las fotos no son únicamente fotos. Como la nieve, las fotos son metáforas, de un momento, de una relación, de un suspiro. Claro que se estiran: se hacen para ser estiradas. Por decirlo así, se tiran para ser estiradas. Y qué metáfora es la nieve, sobre todo en manos de un hombre de negocios como los de Dorado.
Fue a la vez ofensivo el señor presidente con la nieve, con Andorra y con los Picos de Europa, aparte de resultar despectivo ante el hecho fotográfico en sí mismo. Introdujo lo que el poeta adivinó en aquellos versos, “la negación florece” en los labios que dicen una cosa y la contraria a la vez. Para defenderse, es curioso, Feijóo eligió tales armas que incluso alcanzó a ofender a la nieve.
jcruz@elpais.es

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