Corea del Norte parece una broma, pero no lo es
La tentación de no tomarse en serio las bravuconadas de Corea del Norte es grande: sólo la histriónica estética del régimen y de sus líderes ya justificaría caer en esa tentación. ¿Recuerdan lo que sintieron cuando vieron la fotografía que abre esta entrada? ¿O lo que se pudieron reir con el insuperable sketch de “Muchachada Nui” sobre Kim Jong Il, padre del actual líder del país? Delirante, ¿verdad?
Pero como nos advierten David Kang y Victor Cha en la
sección Think Again del último número
de la revista Foreign
Policy, Corea del Norte es más peligrosa de lo que parece. ¿En qué se basan
para realizar esta afirmación?
Primero, en que detrás de la parafernalia estética y
propagandista norcoreana, hay una estrategia
clara de construir misiles balísticos intercontinentales que puedan
transportar una cabeza nuclear hasta suelo estadounidense. Aunque el ensayo del
pasado diciembre de poner un satélite en órbita no fue un éxito completo, sí
que dejó bien claras las intenciones del régimen. Según el anterior Secretario
de Defensa estadounidense, Robert Gates, Corea del Norte estaría a sólo tres
años de disponer de esa tecnología de misiles que supondría un vuelco estratégico.
Lo que nos lleva a Kim
Jong Un y su racionalidad. ¿Está
ganando tiempo el joven líder para afianzar su poder a la espera de hacerse con
un seguro de vida para él y para su régimen?
Un ataque a Corea del Sur no
aportaría nada al joven líder; además de un daño inmenso para las dos Coreas y
la pérdida de miles de vidas (recuerden que Seúl está al alcance la artillería
norcoreana), podría suponer el fin de su
régimen). Por tanto, Kim Jong Un no “debería” atacar.
El problema es que en relaciones internacionales sabemos
desde hace tiempo que la racionalidad no siempre inspira el comportamiento de
los actores: además de errores de
cálculo que pueden desencadenar un conflicto, puede haber elementos internos en Corea del Norte
que desconocemos y que podrían incentivar a Kim Jong Un a preferir un ataque. En
otras palabras, aunque las amenazas de Kin Jong Un parecen destinadas tanto a
reforzar su poder interno como a achantar al nuevo gobierno surcoreano, eso no
quiere decir que no pudieran materializarse.
La gran incógnita es qué
hará China. Su nuevo líder, Xi Jinping, se arriesga a inaugurar su mandato
con una guerra entre las dos Coreas. ¿Quiere este ambicioso líder pasar al
historia por semejante dejá vú de los años cincuenta?
Claramente, no. Pero tampoco puede inaugurar su mandato mandando callar a Corea
del Norte, lo que supondría dejar a un aliado en la estacada a merced de
Estados Unidos y Corea del Sur. Desde que el comunismo dejara de funcionar como
ideología rectora de China, el Partido Comunista ha basado su legitimidad en la
combinación de prosperidad (desarrollo económico) e identidad (nacionalismo han
hacia dentro y hacia fuera). Xi Jinping necesita paz para hacer las reformas
que China necesita, que son fundamentalmente domésticas, pero esas reformas
peligrarán si la población (y la élite) percibe una China internacionalmente
débil o humillada por potencias extranjeras. ¿Conclusión? Nadie quiere un incendio, pero hay muchos a los que no parece importarles
jugar con fuego.
[Nota posterior a la publicación: la
foto que originalmente abría esta entrada estaba retocada, como
amablemente han señalado algunos lectores. Se ha sustituido por la
original].
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