Sábado
Por Juan José Lara
En la semana
santa aproveché para visitar una iglesia
católica. Tenía muchos años de no hacerlo, talvez desde mis desavenencias con
los jesuitas, pero ahora quería verlos de cerca, sobre todo porque se había
entronizado uno de ellos en el Vaticano, no era fervor sino el humo por cierto
de mis fuegos apagados.
Fui hasta el
emplazamiento de la Orden
en la zona diez y, a mediana distancia reconocí a más de un par de los
religiosos, como siempre particularmente arrogantes, alzados hasta en la
humildad. Después, a la salida de la misa intencionalmente me crucé con el
padre Perales, le dije:
- Padre… ¿se recuerda de mí?
- Tú eres… J. J. – dijo riéndose por la vieja ocurrencia de
abreviar mi nombre.
- J o J, ¿Judas o Jesús? – le interpelé con sorna.
- Podría ser, depende
de lo que hagas el sábado de gloria- dijo disfrutando la broma.
- ¿Todavía tiene la clínica de psicología aquí cerca?- le
pregunté.
- Si, espero no tengas necesidad de ir a verme – se rió
nuevamente.
Le pregunté
por Marta, una amiga a quién recomendé
para consulta, porque atravesaba una crisis. Ella tenía menorragia o sangrado
abundante cuando menstruaba, habiendo tomado distintos tratamientos
infructuosamente, tampoco sus secuelas sicológicas las curaba. El caso es que
su esposo la aborrecía abiertamente en ese periodo aunque ella tuviera el
cuidado de no ser evidente. La expulsaba
de la recámara, del comedor, en fin la rechazaba diciéndole de mil formas que
era impura.
- Padre… - lo interrogué- ¿qué pasó con ella?-
- Se divorció, no pudo salvar su matrimonio.
- ¿Recuerda cómo se llamaba el esposo?-
- Nunca mencionó el nombre, solo creo recordar que era un
coronel.
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