sábado, 6 de abril de 2013

Tiger, vuelve.

El salto de Tiger

Woods cambió para siempre el golf

Lo tenía todo, pero su conducta amorosa le precipitó al abismo

Ahora el héroe-villano resurge de sus cenizas. Nueva pareja, nuevo swing

Este jueves llega a Augusta como favorito

Woods, en un torneo en Orlando en marzo. / Phelan M Ebenhack (AP)

"No eres lo que logras, sino lo que superas”. En aquellos días de tormenta, Tiger Woods recordó la frase que le dijo su padre. Le había educado con la vara de un régimen militar. El golf como escuela de vida, la disciplina por encima de todo. El nombre de Tiger, incluso, copiado de un coronel compañero en Vietnam. Y sí, en diciembre de 2009 Tiger lo había logrado todo. Era inmensamente rico, el primer deportista de la historia en ganar 1.000 millones de dólares; famoso e imagen de marcas globales: Nike, General Motors, Pepsi…; un hombre de familia casado con una modelo sueca y padre de dos niños en su mansión de Florida; el jugador que había cambiado para siempre el golf, el número uno indiscutible, el vencedor de 14 grandes; y por si fuera poco, un símbolo multirracial contra el racismo. Tiger lo tenía todo, y todo saltó en pedazos cuando esa noche de Acción de Gracias comenzó a saberse que su vida no era tan “aburrida” como decía ni tan perfecta como todos creían. El culebrón de sus infidelidades le convirtió en poco menos que un demonio para una sociedad estadounidense puritana que le creía un dios.
Fue un linchamiento público, un escarnio. ¡Pecador, yonqui del sexo, traidor! Sus aventuras extramatrimoniales se magnificaron de manera descontrolada. Una, dos, tres... más de 10 mujeres aseguraban haber estado entre las sábanas del Tigre. Los medios comenzaron a hablar de un harén. Una camarera de Orlando, una chica de Nueva York, una actriz porno, una prostituta... Se les conocía como la mujer número tal o cual. Se hicieron bromas, fotomontajes y chistes, y hasta una empresa de Canadá comercializó una caja de bolas de golf con las caras y los nombres de las supuestas amantes. El pack completo costaba 50 dólares. “Nuestro héroe no ha cumplido las expectativas del modelo que vimos para nuestros hijos”, le machacó Billy Paine, el otras veces tan agradecido presidente del Augusta National, el club del Masters, allí donde Tiger se convirtió en el primer negro que ganaba un grande. Y Jacques Rogge, presidente del Comité Olímpico Internacional, también tiró la piedra: “¡Qué decepción! Los atletas han de ser un modelo para los jóvenes, y ese no es el caso de Woods”.
Woods con su nueva pareja, Lindsey Vonn. / efe
El héroe del sueño americano, su cuento de hadas, era una vergüenza. Entonces Tiger recordó la frase de su padre, el boina verde Earl Woods. Tenía que superarlo todo para ser más fuerte. Desde entonces hasta hoy, cuando ha recuperado el número uno mundial, es el favorito para el Masters de Augusta que comienza el próximo jueves y ha rehecho su vida con la esquiadora Lindsey Vonn (otra novia de América), esa ha sido su historia de caída y resurrección.
Lo primero fue la confesión pública, el arrepentimiento. “Pido perdón por haber hecho daño a mi familia, la traicioné. No actué en consecuencia con mis valores y el comportamiento que merecían. No soy irreprochable y estoy lejos de ser perfecto... Soy profundamente consciente de la decepción y el dolor que mi infidelidad ha causado a tantas personas, especialmente a mi esposa y a mis hijos. Estoy profundamente desolado y arrepentido. Les pido perdón a todos. Debo afanarme en ser un mejor esposo, un mejor padre y una mejor persona. Ahora lo importante es tener decencia, carácter. Fui educado como budista y salí de ese ambiente. Fui tonto y egoísta. Creía que sería impune y que podría disfrutar de las tentaciones”.
El discurso fue repetido sin asomo de emoción, palabra más o menos, en varias televisiones, alguna rueda de prensa y ante su madre, Kutilda, en una comparecencia íntima televisada a todo el mundo y calculada casi cinematográficamente como el mejor anuncio publicitario. Después de su confesión, Tiger, el pecador, bajó de un pequeño estrado, abrazó a su madre y salió de escena. El Tigre había sido preparado para jugar como una máquina, y así también se comportaba.
Era la imagen de la perfección, pero decepcionó a mucha gente y le machacaron sin piedad, pasó de mito a demonio
El puzle ha tardado más de tres años en volver a juntarse. Cada pieza se ha reunido con la otra de manera muy lenta. El punto de partida era volver a ganar. Ya se sabe que la sociedad perdona antes a los vencedores que a los perdedores, y que Estados Unidos adora las historias de héroes que se hunden y resurgen de sus miserias para volver a triunfar. Tiger recuperó la forma física después de forzar durante años sus rodillas y de pasar por el quirófano. Y acometió un ajuste técnico para acoplar el juego a su remodelado cuerpo. El proceso ha sido muy largo... Pero faltaba algo, la pieza central. No hay deporte más mental que el golf, un juego que exige la máxima concentración en una milésima de segundo. Ahí, cuando se trata de golpear la bola sobre el green en dirección al hoyo, la diferencia entre el éxito y el fracaso se mide en milésimas y en milímetros. Es justo el momento en que Tiger era un robot. Su padre intentaba distraerle con ruidos de todo tipo mientras se entrenaba para fortalecer su concentración, y Woods desarrolló tal poder de ensimismamiento que hasta se decía que era capaz de hipnotizarse a sí mismo. Pero ¿cómo dejar la mente en blanco para acertar con la bola si millones de ojos te están mirando, te juzgan, no ven al golfista, sino al hombre que ha sido infiel?
Tiger necesitaba ser perdonado para volver a triunfar. Pero antes que los demás, necesitaba perdonarse a sí mismo, asumir su deuda y volver a empezar. Eso hizo. Woods se dejó fotografiar cerca de su exmujer viendo jugar al fútbol a uno de los niños, y él mismo difundió públicamente su relación con Lindsey Vonn. De repente, ¡clic!, todo estaba en su sitio. Ocho días después de anunciar su noviazgo, Tiger volvió al número uno mundial. Hombre nuevo, golfista nuevo.

El número uno

Tiger Woods es una leyenda en activo. Pocos récords le quedan por conseguir, pero uno sobre el resto le cita con la historia. Tiger, de 37 años, tiene 14 grandes, por los 18 del mejor de todos los tiempos, Jack Nicklaus. Ese es el gran reto del Tigre: elevar esa cifra a un nivel casi inalcanzable. También superar los 82 títulos en la PGA de Sam Snead —Woods tiene 77—. El récord de semanas como número uno ya lleva su nombre: 625, un abismo respecto al segundo clasificado, las 331 que celebró Greg Norman.
“Ha cambiado”, explica Robert Lusetich, autor del libro Injugable, la historia contada desde dentro de la temporada más tumultuosa de Tiger; “desde el escándalo, estaba mucho menos seguro de sí mismo. Su confianza estaba destruida, y eso se notaba sobre todo en el putt. Después de pasar toda su carrera metiendo grandes golpes, de repente fallaba siempre. Ha tardado todo este tiempo en sanar sus heridas. Ahora ha recuperado la confianza con el putt, tiene un nuevo swing y una nueva novia. Es la señal de que Tiger ha vuelto a ser el que era, incluso él cree que mejor. Si empieza a ganar otra vez, especialmente los torneos grandes, la gente lo olvidará todo. Los estadounidenses tienden a perdonar, pero primero Tiger tiene que perdonarse a sí mismo. Claro que habrá gente que siempre le recriminará lo que ha hecho. Es una parte de su vida que Tiger tiene que aguantar. Decepcionó a mucha, mucha gente y a patrocinadores. Lo que necesita ahora es recuperar un gran sponsor. Esa será la señal de que el mundo empresarial también le ha perdonado. Quizá si gana el Masters, será el momento”.
Sergio Gómez, hombre de confianza de José María Olazabal y acostumbrado a escrutar el juego y la vida en Estados Unidos, es más pragmático. “A Tiger le machacaron en Estados Unidos hasta desde la propia comunidad negra porque las amantes eran blancas y rubias. Es una sociedad con una doble moral. Tampoco sabemos si ahora Woods se comporta según los cánones de la ética puritana. Él es muy orgulloso y, en el fondo, no creo que le haya importado mucho que le perdonen o no. Su castigo fue más mediático, en la prensa, que por parte del público. Fue de los medios, de las asociaciones y de los colectivos. Él no estaba preocupado por el perdón, sino por volver a ganar”.
Tiger había decidido presentar la imagen perfecta para la sociedad estadounidense, impecable, y cuando el ciudadano que llevaba a su hijo a animarle a los torneos descubrió la mentira, se extendió un gran sentimiento de traición. La decepción es mayor cuanto mayor es el amor, y así es como Tiger pasó de dios a demonio. Solo el tiempo, y cada uno, dirá si es perdonado o no.
Una de las mejores definiciones de Tiger la dio hace años su compatriota y golfista Stewart Cink: “Deberíamos abrirlo a ver de qué está hecho. Seguro que saldrían tuercas y tornillos”. Su historia ha demostrado que era bien humano y que las tentaciones, como con cualquiera, pudieron con él. Ha sido una historia de caída a los infiernos y de resurrección. Una gran historia americana. Hoy ya nadie se echa las manos a la cabeza, sino que exclaman: ¡Que Dios bendiga a Tiger!

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