sábado, 6 de abril de 2013

Venecia, ya no.

La Bienal de Venecia: ¿un modelo obsoleto?

Por: | 06 de abril de 2013
Ven
Que la Bienal de Venecia está fuera de contexto en este mundo globalizado es algo que pocos pondrían ya en tela de juicio. Iría incluso más lejos. Dicha Bienal es un modelo tan obsoleto a través de sus representaciones nacionales que cuesta justificarla más allá de su propia particularidad obsolescente, como quien preserva un objeto de otro tiempo por interés nostálgico. Basta con pasear por los Giardini, con sus apabullantes pabellones nacionales –algunos como el de Aalto muy especiales, no digo que no-; lugares que funcionan casi a modo de embajada y territorio, propiedad de cada país, para darse cuenta de que sobrevuela cierto regusto extraño en todo el entramado. Parece fuera del tiempo, trasnochado para la época en la que nos ha tocado vivir.

MelanieSmithcuarorojoLa pregunta surge de inmediato: ¿se puede seguir hablando de lo nacional? Y más todavía: ¿qué hace falta para representar a un país? ¿Haber nacido allí? ¿Vivir allí? ¿Sentir simpatía por dicho país? ¿Ser adoptado por el comisario/a? Ha habido, de hecho, casos en los cuales artistas extranjeros –y hasta no nacionalizados- han representado a un país o todo lo contrario. Ocurrió, por ejemplo, en  la última representación mexicana cuando se mostró en el pabellón del país el trabajo de la estupenda artista de origen inglés Melanie Smith, afincada en el D.F. desde hace años (a la derecha su obra 'Cuadro rojo imposible rosa), o hasta con el propio Santiago Sierra, representando a España cuando su carrera se había desarrollado sobre todo el propio D.F. y de forma más puntual aquí. De verdad, ¿alguien se sigue creyendo lo de los pasaportes y los nacionalismos en el territorio del arte? ¿De dónde es uno? ¿De donde nace? ¿De donde vive? ¿O de ninguna de las partes y de todas a la vez?

Pero Venecia sigue obsesionada con las representaciones nacionales. Lo prueba el pequeño texto para la edición de este año donde se explica el recorrido continuo del edificio principal de los Giardini hasta el Arsenal. Este año, cuentan, habrá nuevos países representados: Dubai, la Santa Sede, Paraguay, Kosovo o Angola y Costa de Marfil. ¿Qué tipo de evento es éste, incluso aceptando que  la peculiaridad de la Bienal de Venecia sea el reparto por nacionalidades? ¿Eurovisión? ¿No se trata en el mundo actual –o la parte más sensata del mundo actual al menos- de todo lo contrario, acabar con las “representaciones nacionales” que no tienen nada que ver por cierto con la defensa de lo local frente a lo globalizado, sino que están enraizadas con un ejercicio de poder pasado de moda, incluso de raíces colonialistas?

La asociación de las representaciones nacionales  y los tics colonialistas tampoco son nuevas, a pesar que, desde hace años,  todos han buscado  encontrar su “visibilidad” por países en la Bienal de Venecia. Ahí radica parte de la trampa, dado que en muchos casos han tenido que situar sus sedes nacionales fuera de los Giardini, diseminadas las muestras por la ciudad como sedes de segunda, lejos del recinto donde están las nacionalidades “de toda la vida”. Tanto es así, si no me falla la memoria, que cuando Robert Storr fue comisario de la Bienal, la representación de Africa se colocaba dentro del recinto de los Giardini como acto de buena voluntad. Dio lo mismo. Las críticas a ese proyecto, para muchos, neocolonial, no tardaron en llegar y, algunas, de forma muy violenta: ¿se puede hablar de África como de un país? ¿No es ese modo de plantear las cosas una fórmula demasiado parecida a las máscaras africanas de Picasso, o sea, pura ignorancia de la riqueza del continente, desconocimiento  occidental que presenta al otro sin matices, un conjunto de multiplicidades borradas?

Pero ese no es el único problema en la Bienal de Venecia. Da igual los esfuerzos que se hagan por cambiar la esencia y hasta la topografía de la Bienal ya que, entre otras cosas, la organización misma del evento es la que configura su relato. Se diría que hay tres bienales: los Giardini -lejos de la ciudad y mientras no hay eventos–, la bienal de arte y arquiectura -solitarios y lleno de hierbajos; el Arsenale; y, por fin, todas las muestras que van proliferando, cada vez más abundantes en una Venecia que busca ser también la capital del arte contemporáneo tras la inauguración de la Dogana,  entre otros nuevos espacios para el arte contemporáneo. 

Tanto es así, tanto viven los Giardini de espaldas a la ciudad, que cuando no hay bienales, el director de la Fundación Peggy Guggenheim de Venecia, dueña del pabellón norteamericano, propone convertir los pabellones nacionales en residencias de artistas durante los meses de invierno para evitar que Venecia sea un mero escaparate. Sin embargo a día de hoy lo es. Es un modelo trasnochado preso de los valores vigentes en el momento de su creación en 1895.

Pieza de Savvas Christodoulides en la 30ª Bienal de Sao Paulo
Pieza de Savvas Christodoulides en la 30ª Bienal de Sao Paulo.
Venecia es muy distinta de la Bienal de Sao Paulo, que desde su creación en 1951, ha ido evolucionando dentro del espléndido edificio de Niemeyer. Hace ya bastantes ediciones desapareciron las representaciones nacionales elegidas en cada caso por comisarios de cada país. Ya en la Bienal de Paulo Herkenhoff de 1998, la decisión estaba tomada: ¿no se deben eliminar las representaciones nacionales y dejar que el comisario general tome todas las decisiones? El modelo se iba poco a poco configurando y se hacía definitivo con la propuesta inteligente y radical de Ivo Mesquita –quien apostaba por una bienal de silencio y reflexión y no un caos de obras  mezcladas, como han sido a veces las bienales. Junto a él ha proseguido en la última edición Luis Enrique Pérez Oramas, en la cual cada artista ha tenido su espacio separado en un ejercicio elegante de poesía del espacio también. (En la imagen Pieza de Savvas Christodoulides en la 30ª Bienal de Sao Paulo)

Sin embargo, la opción de acabar con lo nacional no es la única diferencia entre Sao Paulo y Venecia: si bien la segunda es un reducto de expertos y turistas a menudo de espaldas a la ciudad, la segunda es un lugar muy vivo donde los niños pasean con sus profesores y la gente goza de lo que ve; un acontecimiento integrado en la ciudad, un evento que desde su inauguración ha supuesto una oportunidad única de ver arte. Algo que ya pasó en los 50, cuando llegó El Guernica.

Y luego queda, claro, la otra gran Bienal, aunque mucho más joven: la de Estambul, que este año reflexiona sobre lo público, las acciones ciudadanas, las políticas de transformaciones en barrios… Cuestiones candentes por lo que muchos de sus barrios clásicos se dejan morir o se destruyen en medio de su particular burbuja inmobiliaria –lo denuncia el video de Halil Altindere con el grupo Tahribadi Isyan, presentado en la exposición del autor en CA2M de Móstoles.

La comisaria general de Estambul, Fulya Erdemci, una mujer llena de energía, ha partido de la poeta Lale Müldür para hacer una pregunta cargada de significado: “Mamá, ¿soy un bárbaro?”. Diversidad cultural raíces y diferencia se convierten en un territorio de reflexión para una propuesta presentada por la propia poeta en una sesión para todos llena de emoción y de fuerza. Un extenso programa público completa esta Bienal, dirigida por por Bige Örer. De la misma manera que en el documenta 13, las mujeres están al mando y prometen sorpresas agradable como ocurrió con la última edición. Y en medio de la discusión, asuntos como la crisis, los movimientos ciudadanos o la primavera árabe se dan respuestas y posibles nuevas fórmulas de narrar lo político. No habrá pabellones nacionales porque los problemas –y tal vez las soluciones- son globales, igual que el sufrimiento y las frustraciones de la gente, a los cuales se apela en la presentación a la Bienal. Igual que su reacción frente a las frustraciones: la acción ciudadana.

Por eso la Bienal de Venecia me parece un modelo obsoleto con sus pabellones nacionales y su ritmo detenido en el tiempo; un escaparate que no tiene vigencia en la nueva historia. Porque el mundo ha cambiado y hay que adecuarse al mundo. Lo mismo parece pensar Philip Rylands, el director del Peggy Museo Guggenheim de Venecia, al tratar de optimizar los recursos y evitar que la Bienal siga siendo un mero escaparate.

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