Cuando Alejandra Viertel (19) se enteró de que estaba embarazada cursaba cuarto medio y se preparaba para rendir la PSU. La noticia la mantuvo con insomnio durante varias noches seguidas: ¿qué pensarían sus padres?, ¿qué pasaría con sus aspiraciones de seguir estudiando? ¿y qué diría Moisés?, su pololo (novio) de hacía un año y medio, de su misma edad y que también tenía planes para entrar a la universidad.
Cada año, casi 40 mil niños nacen de madres adolescentes (menores de 20 años), una estadística que Chile no ha logrado bajar, pese a todos los esfuerzos en prevención y a la que, ahora, se suma otro fenómeno: el sostenido aumento de hombres que son padres también antes de cumplir las dos décadas de vida.
Los investigadores del Centro de Estudios para el Desarrollo de la Mujer José Olavarría, Ximena Valdés, Rodrigo Molina y Roberto Celedón analizaron las tasas de fecundidad adolescente desde 1960 en el país y comprobaron que el número de menores de 20 que se convierten en padres se triplicó durante las últimas cinco décadas, pasando de 4.445 a 12.624.
Y mientras en 1960 representaban el 1,7% del total de padres, hoy equivalen al 5,3%. "Hay una realidad nueva, que es la paternidad del hombre adolescente, que se elevó sobre todo desde los años 90 y que va a seguir creciendo", dice el sociólogo José Olavarría.
Pero en medio de este panorama poco alentador, hubo un aspecto que llamó la atención de los investigadores. El estudio "Madres, Padres y Familias de Adolescentes en Chile" también incluyó numerosas entrevistas a padres adolescentes de tres localidades del país. Y descubrió que hoy, como nunca antes, los jóvenes están mostrando un fuerte compromiso con la paternidad, con la crianza de sus hijos.
Tal como sucedió con Moisés. "Como sea me haré cargo de mi hijo", le dijo a Alejandra, cuando le contó. A fines de 2008, ella recibía su diploma de secundaria y rendía la PSU con siete meses de embarazo. El cumplió su promesa. Desde que nació Franco, ayuda a Alejandra -que congeló el primer semestre de Pedagogía en la U. Católica- en tareas como mudarlo o hacerlo dormir. El dinero que consigue lo invierte en pañales y leche. Y su tiempo lo divide entre trabajos esporádicos, sus estudios en Electricidad Electrónica y las horas junto a su hijo, de un año y ocho meses. "Para mí, mi familia somos los tres y ahora tengo que trabajar más para mi hijo", dice.
Cambio de actitud
"En un estudio hecho en 1996, los papás adolescentes lo escondían y desaparecían del mapa. Ahora encontramos que los visitan, comparten con sus hijos y se comprometen con ellos", agrega Olavarría.
Bastián Gajardo (20) es uno de ellos. Es papá de Benjamín (1) y tiene una agenda bien definida. La mañana de los martes y viernes cuida al niño, mientras su polola (novia), Dominique Menetrier (20), va a la universidad. En la tarde, se lo lleva a su mamá o a su suegra para él también ir a estudiar. Los miércoles son sus días libres, que comparte con su Dominique y Benjamín en la casa de ella. Los fines de semana, en cambio, trabaja en eventos infantiles para cubrir los gastos de leche, pañales y médicos de Benjamín. "Me siento comprometido, pero no como debería. Me falta la estabilidad económica, la casa, estar bien como familia", dice.
En la investigación, este sentimiento de responsabilidad se nota en la mayoría de los padres entrevistados, dicen los sociólogos. "Uno tiene que esforzarse por el niño, que en el fondo tenga una buena base emocional para su vida. Esa es mi responsabilidad para él", dice en el estudio un joven de 20 años que tiene un hijo de tres años.
Otro padre, de 16 años y con una guagua (niña) de ocho meses, afirma estar dispuesto a hacer todo por su hija: "Creo que soy un buen papá porque me preocupo de ella. Cuando está enferma prefiero mil veces faltar al liceo y acompañarla al consultorio. Si le falta un remedio y no tengo plata, me lo consigo".
Para los investigadores, este cambio profundo que muestran los adolescentes hacia la paternidad tiene una explicación clara y que es evidente en cada conversación con ellos. Ellos han aprendido a separar la relación que tienen con su polola (novia)de la que tienen con su hijo, entendiendo que con el niño el vínculo será para siempre. "Una cosa es mi relación con la Dominique y otra es mi hijo. Yo siempre voy a estar para lo que él necesite. No voy a ser un gallo que me escape. Es mi hijo", dice Bastián.
"Hay una proporción creciente de varones de esta edad que sigue preocupándose de su hijo, aunque se quiebre su relación con la madre", dice Olavarría.
Rodrigo Molina opina que el empoderamiento de la mujer ha sido decisivo en esta mayor valoración de la paternidad, al convertir la relación de pareja en algo mucho más incierto para los hombres. "Los cambios culturales han generado en ellos una necesidad de traspasar el vínculo emocional que antes tenían con la pareja a la relación con el hijo.
Para el hombre, ahora esta es una relación más segura que con la pareja. Eso lo ven en sus parientes, donde la vida de padre es lo más importante y la relación más significativa", dice.
Un nuevo tipo de familia
Los expertos ya se atreven a hablar de un nuevo tipo de familia. De hecho, el número de niños que tienen papá y mamá menores de 20 años se incrementó casi siete veces (665%) entre 1950 y 2005. A mediados del siglo pasado, el 6,8% de los hijos de madres adolescentes tenía también un padre adolescente. En 1990, esta cifra subió a 17,5% y ahora es de 29%. "Hay un tipo nuevo de familia. Este es un proceso que emerge en los últimos 20 años y que en los últimos 10 se ha incrementado. La tendencia seguirá porque hoy las adolescentes tienen más intimidad con hombres de su misma edad", dice Olavarría.
Según datos de la encuesta Casen, sólo el 3,6% de las familias adolescentes está compuesto por matrimonios, el 26,4% convive, el 1,2% está separado y el 68,9% está soltero, es decir, siguen viviendo con los padres.
Es el caso de Paola García (18) y Andrés Sanhueza(18). Ella fue mamá hace seis meses y este año termina de cursar cuarto medio en un establecimiento particular de La Reina. Desde que nació su hijo, la rutina comienza a las dos de la madrugada para amamantar, sigue tres horas después con una nueva papa y luego prepararse para el colegio. Viste a su hijo, se pone el uniforme y su mamá la acompaña a dejar a su hijo a una sala cuna. Y aunque el timbre del colegio suena a las ocho, tiene permiso para llegar 15 minutos más tarde.
Su pololo (novio), Andrés, se sabe esta rutina de memoria, pero no la ha compartido. Este estudiante de primer año de Ingeniería Comercial de la U. de Chile vive con sus papás, una situación que le pesa. "Lo más difícil es ver poco al Andresito. Es complicado porque vive con ella, en su casa. A veces dejo de ir a algunas clases para estar con él o cuidarlo", dice.
Lo mismo se repite con muchos otros jóvenes entrevistados en el estudio. "A veces me da pena (tristeza) no ver mucho a mi hija, porque no vivimos juntos e igual tengo que trabajar", decían un papá de 16 años.
Andrés explica que tienen planes de vivir juntos cuando él termine la universidad, pero tanto en su caso como en el de los demás papás, siempre está como imperativo tener el título en la mano. "Lo más importante es sacar la carrera. Así podremos vivir juntos y no depender tanto de los demás con la plata", dice Bastián.
Todo es más fácil para estos jóvenes cuando sus padres los incentivan a titularse. Algo que no siempre pasa, provocando que los jóvenes padres, que cada vez están más comprometidos, dejen de estudiar.
Un joven de 17 años que abandonó sus estudios, contaba a los investigadores que su objetivo había cambiado. "Me gustaría estudiar, pero yo creo que lo primero es formar una familia, un trabajo que me permita mantener a mi hijo y a ella y después ver si algún día se puede estudiar".
En general, los abuelos son clave, tanto en el apoyo económico como en el emocional. "Los abuelos maternos también se preocupan de su "yerno". Los incentivan a ambos para que continúen sus estudios", dice Olavarría.
Así lo ha hecho la familia de Andrés. En las tardes, alguno de sus familiares iba a buscar a Paola al colegio y a su hijo a la sala cuna, para que ella pudiera ir a hacer las tareas a su casa y él asistir a clases.
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