lunes, 15 de abril de 2013

El caos en Boston

“Era terrible, había gente con los pies cortados por los talones”

La confusión se apoderó de corredores y público del maratón de Boston

Uno de los heridos es atendido en la calle. / Kenshin Okubo (AP)

En la confluencia de las calles Berkley y Boylston, junto a la boca de metro Arlington, varios corredores deambulan cubiertos con mantas térmicas y mirada desorientada. Muchos se habían estado preparando durante meses para una de las carreras más prestigiosas del mundo pero a pocos kilómetros de la meta han notado que algo raro ocurría. El público, lejos de corearles como suele suceder, miraba sus teléfonos móviles mientras muchos comenzaban a marcharse. A apenas 2.000 metros del final, Ingrid, de Nueva York, fue detenida por los asistentes de la carrera. “Al principio estaba desolada, porque quería acabar”, explicaba. No comprendía lo que pasaba.
Momentos antes, dos explosiones habían sacudido la línea de meta. Y si bien la mayoría de los 30.000 corredores no se habían percatado de los estallidos —al igual que los miles de bostonianos que se había echado a la calle para ver la carrera como todos los años desde 1897— los testigos presenciaron escenas que difícilmente olvidarán. “Vi cómo volaba una pierna sobre mi cabeza”, señaló una mujer a la emisora Fox radio. Otros testigos aseguraban que había “mucha sangre” en el lugar de las explosiones mientras se sucedían los anuncios de la policía con órdenes de evacuación a los viandantes, cierre de negocios y advertencia sobre la posible existencia de otros artefactos explosivos en la zona.
A la confusión de las personas que abandonaban la zona se sumaba la incredulidad de los corredores que llegaban. Muchos no eran conscientes de la tragedia que acababa de sufrir la ciudad y se quejaban de la marca conseguida debido a la interrupción de la carrera. Otros tomaban conciencia de lo sucedido cuando cesaban los efectos de la fatiga en sus cuerpos. Galina, una inglesa residente en Orlando (Florida), buscaba a su marido, quien debía esperarla en la línea de meta. “No lo veo. Voy a marcharme al hotel por si hubiera regresado allí”, aventuraba. A unos metros, decenas de corredores buscaban sus pertenencias en autobuses escolares amarillos. Sus caras normalmente hubieran debido reflejar satisfacción por la carrera culminada, pero una sombra de preocupación había cubierto un soleado aunque frío día bostoniano.
Mientras se sucedían las alarmas, falsas o no. Un paquete sospechoso estallaba en la biblioteca pública JFK y otros eran desactivados en el Mandarin Hotel, otro en la Universidad de Harvard.… La North Eastern University pedía a los alumnos que no salieran del campus, mientras los corredores que aún no habían cruzado la meta eran desviados por una avenida lateral. Quienes permanecían en las cercanías de lugar de las detonaciones estaban especialmente impresionados por las lesiones sufridas por los heridos: “Había gente con los pies cortados por los talones”, relataba un corredor al diario Boston Globe.
La policía ordenó el cierre de los comercios en la principal avenida comercial de la ciudad. Una ruina. El de ayer era uno de los principales días de venta del año con cientos de miles de visitantes en la ciudad. Muchos de ellos caminaban sin un rumbo fijo pendientes de las noticias y de las instrucciones de la policía y los equipos de rescate.

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