lunes, 18 de octubre de 2010

El mito de la sociedad perfecta.

La idea de una sociedad perfecta ha perseguido incesantemente a la humanidad. Por lo menos desde los tiempos de Platón, cuya República es la primera de una extensa secuencia de utopías concebidas en Occidente a la que pertenece Un mundo feliz, de Aldous Huxley.

Una diferencia esencial distingue, sin embargo, a los utopistas de la Antigua Grecia, el Renacimiento y los siglos XVIII y XIX, de los del siglo XX. En nuestra época, aquellas sociedades "perfectas" --descritas, por ejemplo, por H. G. Wells, el ruso Zamiatin, Huxley y por Orwell--, no simbolizan, como los clásicos, la felicidad del paraíso venido a la tierra, sino las pesadillas del infierno encarnado en la historia.

Ocurre que la mayoría de los utopistas modernos, a diferencia de un Saint-Simon, un Francis Bacon o un Kropotkin que solo podían imaginar aquellas sociedades enteramente centralizados y planificadas según un esquema racional, han conocido ya lo que en la práctica puede semejante ideal: los mundos del fascismo y del comunismo.

Ahora lo sabemos muy bien, que la búsqueda de la perfección absoluta en el dominio social conduce, tarde o temprano, al horror absoluto.

La novela de Huxley, Un mundo feliz, fue la primera en echar un balde de agua fría a la bella ilusión romántica de que el paraíso terrenal pudiera, alguna vez, trasladarse de las fábulas religiosas o las quimeras literarias a la vida en concreto.

Una de las características de la sociedad utópica de la planificación, es que en ella todo esta regulado. Nada queda en manos del azar, las iniciativas del individuo son cuidadosamente orientadas y vigiladas por el poder central.

El Big Brother, viendo todo los movimientos de todos. Todos sintiéndose vigilados y, por lo tanto, inhibidos para actuar libremente.

En la mayoría de las utopías (este término lo usó por primera vez Tomás Moro en 1515, y que sus raíces griegas significan "no-lugar o "lugar feliz") el sexo se reprime y sirve solo para la reproducción.

Los utopistas suelen ser puritanos que proponen el ascetismo pues ven en el placer individual una fuente de infelicidad social.

Igual que todas las utopías, la de Huxley revela también lo que hay detrás de estas ingeniosas reconstrucciones del mundo: un miedo al desorden de la vida librada a su propio discurrir.

La obsesión de las utopías es algo claro: suprimir la irracionalidad, lo instintivo, todo aquello que conspira contra la lógica y la razón. por eso todas las utopías nos parecen inhumanas.

Las utopías sólo aceptables y válidas en el arte y en la literatura. En la vida, ellas están siempre reñidas con la soberanía individual y con la libertad.

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