Mi padre fue un intelectual, gran lector y comprador compulsivo de libros, los cuales tenía que esconder para introducirlos a casa porque mi madre sostenía que había otras necesidades antes que los libros.
Así se fue formando una enorme biblioteca, surtida, una verdadera miscelánea, porque mi padre era un erudito al estilo de los enciclopedistas franceses, cosa que me heredó sin proponérselo. Hizo estudios diversos y obtuvo varios títulos universitarios, su vida entera se la dedicó a la Universidad De San Carlos de Guatemala; al extremo que su residencia la fincó a unos cuantos metros del campus universitario.
Su biblioteca llegó albergar más de 15 mil libros, ocupando un espacioso sitio dentro de su casa.
Hoy 45 años después de mi partida de Guatemala y de un retorno necesario a la casa paterna, las paradojas de la vida hicieron que mi habitación fuera la biblioteca, ya con menos libros que han sido donados a la Universidad de San Carlos, pero aun quedan en sus estantes unos 10 mil.
Me he dedicado largas jornadas a explorar ese acervo bibliográfico, encontrándome con algunas sorpresas. La primera, y muy importante, es que mi padre sí leía todo lo que tenía a su alrededor, los libros están subrayados, tal como yo lo hago siguiendo una tradición que yo desconocía en él. He sacado libros al azar y me encuentro sus líneas rojas del plumón señalando algo que para él era digno de recordar.
Además, descubrí una colección de libros eróticos, oculta entre otros textos menos pecaminosos, desde libros de pintura erótica japonesa, china, persa, hasta novelas europeas que se han dedicado a ese espinoso tema que en su época era algo prohibido leer.
Tal es el caso de La romana(1947) de Alberto Moravia. La literatura erótica es muy aburrida, una retórica en las que las variantes posibles de la experiencia amorosa se agotan pronto y comienzan a repetirse de un modo mecánico.
La literatura que sólo aspira a ser erótica está condenada, como el género policial o la ciencia ficción , a ser menor. No hay gran literatura erótica; o mejor dicho, la gran literatura nunca ha sido sólo erótica.
Entre los escritores modernos pocos están tan embebidos de sexo y erotismo como Moravia. La romana me parece lo menos erótica posible, aunque la protagonista Adriana hace el amor con mucha frecuencia, tanto por motivos profesionales como personales, el sexo no aparece con los ropajes excitantes que el género exige,
sino como un quehacer más bien deprimente, en el que se manifiesta lo peor de los hombres y de las mujeres del mundo ficticio.
La romana sólo es creíble para el lector que renuncia a la ilusión realista y se adentra en sus páginas dispuesto a vivir una fantasía literaria, una ficción-ficción.
La Italia del libro y de la época de La romana es la del fascismo, aunque Moravia no critica al régimen de Mussolini en ningún momento.
La maestría en Moravia radica en los retratos psicológicos de sus personajes, los entiende a fondo. El personaje de la madre, es un estereotipo que ha usado hasta la saciedad el cine neorrealista de la posguerra en Italia, sin embargo hace patente una idea poco romántica al respecto. La de que la pobreza no espiritualiza ni sublima al ser humano; más bien lo degrada, lo envilece...
Sorpresas muchas me depara la biblioteca de mi amado padre...
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