En la era de la posmodernidad, ya entrados de lleno en el siglo XXI, las corrientes migratorias circulan por todos los continentes, convirtiendo a las naciones en verdaderos crisoles de étnias, mosaicos de culturas, y caldo de cultivo para conflictos sociales y económicos.
Un típico individuo nacido en este siglo en cualquier parte del planeta, seguramente emigrará a otra nación cercana o distante de la suya, para alcanzar sus metas de superación económica y cultural, y morirá en otra tierra distinta a la que lo vio nacer.
Hay países con políticas migratorias severas o complacientes, según la etapa de su desarrollo económico, pues cuando requieren de mano de obra barata abren de par en par las puertas a los migrantes de sociedades subdesarrolladas y pobres. Esto ha sucedido frecuentemente desde el siglo XIX hasta nuestros días.
Estados Unidos y Canadá dan testimonio de esas corrientes migratorias provenientes de Europa. México y Brasil, en el pasado, han tenido políticas migratorias de atracción de migrantes europeos y asiáticos, respectivamente.
Europa se debate actualmente en qué hacer con los migrantes africanos y árabes. Hace poco el gobierno de Nicolás Sarkozy dispuso que Francia no quería tener en su territorio a los gitanos y los expulsó violentamente hacia Rumania; igualmente, el gobierno de Silvio Berlusconi, expulsó a inmigrantes de Italia hacia Rumania, también.
Los grandes temas en torno a la migración y su aceptación en el país anfitrión, oscilan entre los modelos de asimilación o integración. O los aceptan como son o los asimilan a la cultura local, esa es la cuestión.
Al proclamar hace unos días el fracaso del multiculturalismo. Thilo Sarrazin con su libro Alemania se disuelve, en el que sostiene, entre otras cosas, que la presencia de inmigrantes de otras culturas tiene una nefasta influencia en el nivel educativo de los alemanes (puros, se entiende). De los 82 millones largos de habitantes de Alemania, unos 16 millones son de origen extranjero, y los turcos representan el 25 por ciento de estos.
A las llagas que abrió el libro de Sarrazin, todo un éxito de ventas, han aplicado paños calientes, con regular fortuna, personalidades como el presidente federal alemán, Christian Wulff, que recordó durante un viaje oficial a Turquía que el islam forma parte de Alemania, pero también que los tres millones de turcos que viven en el país harían bien en mejorar sus conocimientos de la lengua de Goethe.
No han faltado más puñados de sal en la herida. El jefe del Gobierno bávaro, Horst Seehofer, de un partido socio de la coalición de Gobierno de Merkel, declaró a la revista Focus: "Los inmigrantes de culturas extranjeras, como Turquía o los países árabes, lo tienen difícil. Eso me lleva a la conclusión de que no necesitamos más inmigrantes de otras culturas". Palabras inoportunas no solo por la xenofobia explícita, sino por el momento en que se pronuncian: cuando el responsable de empleo alemán advierte de la escasez de fuerza de trabajo en determinados sectores, y de la necesidad de regular nuevos flujos migratorios, y más cualificados.
La polémica sobre el presunto fracaso del multiculturalismo no se ciñe a Alemania, aunque en otras latitudes no se haya formulado aún de forma tan explícita o con conceptos de alto vuelo académico. ¿Acaso no es moneda común el discurso sobre las deficiencias del sistema educativo español por la abultada presencia de niños inmigrantes en las escuelas públicas? La transferencia de alumnos nativos hacia centros concertados vendría de alguna manera a demostrarlo.
Pero, declaraciones oficiales y sentir de la calle a un lado, cuando Angela Merkel, y sus socios de coalición y Gobierno, proclaman el fracaso del multiculturalismo, ¿de qué están hablando en realidad? En suma, ¿en qué consiste el multiculturalismo?
"El multiculturalismo tiene dos acepciones. Una, de facto, es el reconocimiento de la diversidad en un lugar, y otra, de iure, un modelo de gestión de la diversidad cultural que surge en los años sesenta del pasado siglo en países como Canadá y EE UU; Reino Unido y Holanda, y Australia y Nueva Zelanda", explica Carlos Giménez, catedrático de Antropología Social de la Universidad Autónoma de Madrid y director del Instituto sobre Migraciones, Etnicidad y Desarrollo.
"Como modelo de gestión, el multiculturalismo surgió como reacción al modelo asimilacionista, que preconizaba la asimilación del extranjero a la cultura dominante, y se basa en dos principios: la igualdad de todos los individuos ante la ley y el derecho a la diferencia, a la diversidad, de los individuos", añade.
"El multiculturalismo reconoce que toda sociedad es diversa culturalmente hablando. Partir de que el Estado-nación es igual a una cultura es incorrecto, porque es una construcción del siglo XIX y, además, la diversidad cultural ya existe en el germen del propio Estado-nación, no es un fenómeno reciente ligado solo a la inmigración.
La cultura es dinámica y va reconfigurándose por influencias de clase, género y grupo étnico", explica el antropólogo Rubén Sánchez, especialista en inmigración latina en EE UU. "Identificar cultura con Estado-nación o cultura con [una] religión son falacias", añade Sánchez, "porque además no hay un solo islam, por ejemplo, sino multiplicidad de ellos, igual que los católicos no compartimos una sola cultura".
El modelo del multiculturalismo, recuerda Giménez, es blanco de las críticas "de los conservadores y de los racistas, porque tolera otras culturas y porque se considera una amenaza capaz de romper el país".
El político holandés Geert Wilders, antimusulmán confeso, y Angela Merkel coinciden, pues, en algún tramo de la crítica a ese modelo de coexistencia entre nacionales nativos y extranjeros. También Alicia Sánchez-Camacho, líder del PP en Cataluña, o el presidente francés, Nicolas Sarkozy, con la expulsión de gitanos. Dada la variedad de ejemplos, ¿cabe colegir la existencia de una corriente antidiversidad en la corriente dominante de la política europea? ¿O se trata solo de un argumento -arrojadizo- en época de crisis?
"La denuncia del fracaso del multiculturalismo esconde mucho de demagogia y un indisimulado populismo con miras electorales. Si se reconoce que ha fracasado el modelo, hay que formular otro", señala la belga Yolanda Onghena Duyvewaerdt, investigadora de Dinámicas Interculturales del CIDOB.
"Por lo demás, no es una novedad. En EE UU hace años que se dice que está fallando como modelo político. El único país donde sí ha funcionado es Canadá, y eso porque allí todos procedían de algún sitio. Pero, aun funcionando y siendo como es el mejor modelo posible -mejor esto que nada-, el multiculturalismo a duras penas ha conseguido ocultar sus resabios hipócritas: hacer como si todos viviéramos juntos, pero con un solo patrón, el de la cultura dominante".
Dos conceptos, ciudadanía y cultura, se entrelazan simbióticamente en el modelo multicultural, igual que Estado de derecho y diversidad, recuerda Carlos Giménez. El multicultural es también un discurso ligado al uso del lenguaje políticamente correcto -ese que da visibilidad y homologa públicamente a las minorías- que, frente al melting pot o crisol de culturas, favorece el mosaico de estas y en la práctica deviene, a veces, en la creación de guetos.
También en Canadá: en 2004, un comité de expertos -no musulmanes- recomendó la aplicación de la sharia entre los 400.00 musulmanes de Ontario para dirimir divorcios, herencias y custodias. La recomendación, empero, no surgía de la nada, sino de modelos similares existentes para la comunidad católica y la judía.
"Canadá, con sus defectos, es un ejemplo de éxito", señala Cristina Manzano, directora de la revista Foreign Policy. "El hecho de que en la integración se creen a veces bolsas de marginación, o incluso guetos, no es un fracaso. Si hablamos de EE UU, es verdad que, tras la primera generación de inmigrantes, que abrazó con ardor la cultura de acogida, la del melting pot, las segundas y terceras generaciones han podido mostrar menos adhesión, pero sin llegar al rechazo.
El debate sobre el multiculturalismo apenas si se ha iniciado en Europa, donde hemos ido recibiendo a muchos inmigrantes sin cuestionar orígenes ni filiaciones, lo que es positivo, pero en algunos casos ha supuesto la cesión de los propios logros de nuestras sociedades, y me refiero a derechos humanos, como los de la mujer".
"El debate debe plantearse con una premisa básica: el respeto, siempre, a los valores de la sociedad de acogida, y la exigencia de integración al que viene", opina Cristina Manzano. "No hay que prohibir nada, solo aplicar el peso de la ley ante un caso de ablación, o de una mujer que no muestra su rostro a un policía. Este no es un debate cultural, es que la ablación o taparse completamente el rostro son cosas ilegales", clama Giménez.
Uso del burka o del niqab, mutilación genital femenina; aplicación de la sharia, códigos de familia... Todos y cada uno de los ejemplos que se manejan -o se esgrimen-están en clave musulmana. En el debate no aparece una sola mención a las diferencias culturales de los inmigrantes del sudeste asiático, por ejemplo, o el avance del protestantismo entre los inmigrantes latinoamericanos en Europa o Norteamérica. ¿O es que cuando hablan de fracaso del multiculturalismo los profetas se refieren solo al islam?
Ese sería el escenario del politólogo italiano Giovanni Sartori, que ya anticipó el fracaso del modelo multicultural al hablar, en La sociedad multiétnica (Taurus, 2001), de "los extranjeros que no se someten al imperio de la ley" y que persiguen la "desintegración multiétnica y la tribalización de la sociedad" de Occidente. Escribe Sartori que la presencia de "enemigos culturales que rechazan la sociedad pluralista" con atavismos "como el uso del chador, la ablación de clítoris o la oración del viernes" es una vía de agua en un sistema que no los entiende.
El multiculturalismo no es el problema de una sociedad globalizada, sino el interculturalismo. Los grupos humanos afiliados a diferentes étnias y que residen en un mismo territorio, pueden constituir guetos cerrados o ser abiertos a la asimilación cultural en el país de acogida, tal como lo hicieron los primeros migrantes europeos en América.
El tema de las grandes migraciones humanas por todos los continentes, es algo que habrá de debatirse intensamente, porque el flujo incesante de los migrantes lejos de disminuir aumenta con el tiempo.
No bastan muros, cercas y leyes rígidas para contener la avalancha, es mejor prepararse para entender el fenómeno antropológico.
Prepararse para ese continuo emigrar de quienes buscan una "mejor vida" es el reto. Será así mientras los paises de origen no ofrezcan las condiciones necesarias para una vida productiva y satisfactoria.
ResponderEliminarLas sociedades deben esforzarse en tener una comprensión del migrante y sus diferencias. El migrante a su vez hacer lo posible por respetar y seguir las formas de convivencia del país de acogida. Algo así como "A donde fueres haz lo que vieres" aunque es imposible a cabalidad... si adaptarse lo mejor posible a esas nuevas formas sin que necesariamente tengan que abandonar completamente lo suyo. Nadie dijo que fuera fácil pero ante una realidad imparable es imperativo buscar ese convivir en armonía.
Bolívar ¿qué piensas de la forma en que se ha abordado en nuestra querida Guatemala la integración pluricultural? Mucho que hablar al respecto en verdad.
No se trata de cambiar las formas de las culturas. Creo que solamente un proceso evolutivo que toma años podría modificar como viven las personas. Mientras tanto tolerancia, leyes justas y mucho...mucho respeto.