Ahora que he retornado a Guatemala se me ha despertado una obsesión enfermiza por encontrar la mansión que alojaba a la Embajada de Argentina, cuando sucedió el golpe de Estado que patrocinó Estados Unidos, y que provocó que mi familia saliera al exilio en 1954.
Yo era un niño de apenas 10 años, que muy asustado con todo lo que estaba pasando en la ciudad de Guatemala, tuve que ayudar a mi padre a quemar la biblioteca que con esfuerzos él había logrado constituir, para no acumular delitos mayores por su filiación comunista.
Yo fui el hijo mayor de cinco hermanos, y de algún modo el sustituto en ausencia del padre, así que cuando escuchamos los bombardeos aéreos sobre la capital, los ataques eran nocturnos, mi condición de "hermano mayor" me hacía proteger a mis hermanos menores y a mi madre.
Mi padre estaba amenazado de muerte por sus ideas políticas y por sus simpatías con el régimen emanado de la Revolución de Octubre, que cayó estrepitosamente a manos de un ejército de mercenarios entrenados por Estados Unidos en Honduras, país desde donde partió la incursión militar hacia la capital de Guatemala.
No recuerdo la fecha exacta, mi mente de niño de 10 años no me ayuda a recordar ese dato, pero lo esencial es que mi padre, como muchos guatemaltecos buscaron refugio en primer lugar en la Embajada de México, porque es un país que tenía un prestigio por su derecho de asilo a los perseguidos políticos de todo el mundo; hay que recordar a los republicanos españoles trasterrados por la Guerra Civil Española que fueron a dar a México.
La embajada de México fue el primer sitio saturado para los que buscaban salir del país, así que por azares del destino mi padre fue a dar a la embajada de Argentina, ubicada en la elegante Zona 10, la actual Zona Viva, donde mi padre tuvo que saltarse la barda porque ya no cabían más guatemaltecos en esas instalaciones.
En la Embajada de Argentina se habían introducido más de 100 personas, y la casa era relativamente espaciosa pero no para albergar esa cantidad de gente. Los diplomáticos argentinos ya no querían recibir a un chapín más, era imposible, no cabía un alfiler más.
Mi madre y mis hermanos menores íbamos con frecuencia a ver a mi padre, y supongo que a llevarle comida y ropa limpia, gestos que tenían todos los familiares de los refugiados ahí.
Uno de los asilados en esa Embajada era un médico de origen argentino, cuyo nombre era Ernesto Guevara de la Serna. Quien atraído por la revolución guatemalteca quiso participar de ese proceso, después de haber recorrido casi toda América Latina, palpándo la miseria y atraso de muchos países sobre todo los andinos.
No le duró mucho el gusto por observar los procesos revolucionarios del reparto agrario, que fue la gota que derramó el vaso, al expropiar el gobierno de Jacobo Árbenz las extensas propiedades en manos de la United Fruit Compañy, lo que decidió dar el golpe de Estado por parte del gobierno de Estados Unidos, con el auxilio de la CIA.
El doctor Guevara era un hombre joven en 1954, que congenió con los asilados chapines al grado de encontrarlo casi siempre jugando partidas de ajedrez con muchos de ellos, para matar el tiempo. Eso es lo que recuerdo vagamente en las visitas que hacíamos a mi padre en la Embajada de Argentina, mientras se gestionaba su traslado a la embajada de México.
Mi padre, junto al doctor Guevara, y muchos guatemaltecos lograron viajar a México en calidad de exiliados.
Nosotros, mi madre y mis hermanos menores, viajamos en tren desde la ciudad de Guatemala hasta la ciudad de México, en el viaje más largo que yo pueda memorar porque un temporal de lluvias intensas se llevaron casi todos los puentes del ferrocarril en el Estado de Chiapas. Así que todos los días emprendíamos el trayecto en ese bendito tren sín saber a ciencia cierta hasta donde alcazaríamos a llegar.
Un viaje que normalmente se prolongaba dos días, se alargo por dos semanas. Y mi padre, desesperado estaba en el Puerto de Veracruz deseoso de reunirse con su familia.
Relato todo esto para decir que mi primer exilio a los 10 años me ha marcado toda la vida, no puedo olvidar el haber tenido que salir precipitadamente de mi país porque querían matar a mi padre por sus ideas e ideales
El cineasta Tristán Bauer resopla recordando los 12 años que ha pasado corriendo detrás de la alargada sombra de Ernesto Che Guevara.
-La Higuera, Bolivia, 1967). El resultado es Che, un hombre nuevo, que se estrena en España este viernes y que nació de la voz de Julio Cortázar. "Estaba acabando un documental sobre el escritor y oí una grabación de Cortázar recitando el poema que dedicó al Che: 'Yo tuve un hermano que andaba en los montes'. Me inspiró".
Bauer huyó lo que pudo del Che guerrillero y se centró en el Guevara más humano y pensador, en el escritor que usaba tres colores diferentes en sus diarios según lo que anotara. "Empecé a leer desde sus primeros cuadernos filosóficos hasta sus anotaciones y comentarios al manual oficial soviético Economía política, que es donde carga contra el sistema soviético".
El Che viajaba siempre con sus cuadernos, sus bolígrafos y su cámara, levantando testimonio de lo que veía... y ¿dejando su propio testimonio para la posteridad? "Eso mismo me preguntaba. Y creo que el Che sí tenía conciencia histórica de su figura.
Es curioso: yo he hecho documentales sobre Cortázar, Borges, Guevara y el premio Nobel de Química Luis Federico Leloir. Estos cuatro argentinos son casi de la misma generación, con niñeces similares, formados en las bibliotecas de sus padres, que viven con la pasión de trasladar su pensamiento a la escritura".
En mitad de los combates, Guevara no deja de anotar sus impresiones, que luego mecanografía. O lee, lee sin parar: el documental arranca con una grabación inédita, la del Che recitando el poema de César Vallejo Los heraldos negros, cinta que entrega a su mujer, Aleida, para que la oigan sus hijos si muere.
El cineasta no entra tanto en las contradicciones de una figura política como sí en sus intimidades filosóficas y humanas. Vemos una grabación de la última vez que Guevara ve a sus padres y hermanos, oímos -por voz de Rafael Guevara, su sobrino- la carta que envía a Aleida desde Tanzania en la que habla de su soledad...
"Siempre prioricé su voz antes que recreaciones o entrevistas, que las hice, y muchas. El Che es algo más que una cara en las camisetas, por muy fuerte que sea ese icono. Detrás de esa fotografía, del mito, ¿qué hay?". Vivió solo 39 años, ya han pasado 43 desde su fallecimiento y aún no hay una respuesta clara a ese interrogante.
Quiero recordar al hombre llamado Ernesto Guevara de la Serna, porque el personaje y la leyenda no existía aún, y yo era ese niño atemorizado por tener a mi padre recluido en la Embajada de Argentina, en Guatemala, y de la cual quería que saliera vivo rumbo a México, tal como ocurrió despúés.
Tengo en la memoria nítidamente grabada la mansión de esa embajada argentina, quiero buscarla y recordar a mi padre y a cientos de guatemaltecos que partieron a la Argentina y jamás volvieron, por un golpe de estado absurdo y cruel.
Bolívar, increíble la historia que has contado de tu padre y de ustedes. Nunca pensé que eras tan niño cuando saliste de acá. Leer esa historia de la quema de la biblioteca, hoy me parece tan incoherente. Quizá hoy haya un edificio donde un día estaba la embajada de Argentina.
ResponderEliminarDeber ser extraño volver a este país que un día cerró sus puertas a muchos idealistas, que su única lucha era trabajar su mente y pluma para lograr cambiar lo que la mayoría queria.
Lo único que puede sembrar este tipo de represiones es resentimiento.
Debe ser también difícil amar un país que no ha hecho gran cosa desde ese entonces. Debe parecer sin sentido querer pertenecer a él.
Vi 2 películas del Ché. "Diarios de una motocicleta" con el actor mexicano Gael Garcia. Esta película me pareció muy bien dirigida. Me gustó mucho el enfoque y la vida del Ché en ese momento, sus ideales. Un viaje por el cono sur, la belleza de lugares y paisajes hacen de la película rica en detalles.
Luego la otra, no recuerdo el nombre, sale Vinicio Del Toro como actor. Esta película no me dejó nada, la considero mal lograda.
La vida del Ché merece ser recordada y llevada al cine con ánimo de conocerlo como él era, sin quitarle y sin ponerle. Un médico asmático, sensible, idealista, que recorrió la pobreza y la conoció al fondo, que su fin era un mundo mas equilibrado, sin tanta pobreza.