jueves, 7 de octubre de 2010

Reflexiones de un viudo.

El divorcio, separación y viudez, representan para el ser humano una pérdida, una más pero especial, porque sí se quiere ver así, la vida es un rosario de pérdidas pequeñas, grandes e irreparables. Algunas pérdidas son tan nimias que no siquiera las registramos en la columna del dolor porque no alcanzan ese grado.

La muerte es la gran pérdida que confrontamos los humanos con mayor sufrimiento y dolor, algunas de ellas son previsibles pero no por ello exentas de pesadumbre. Se supone que nuestros progenitores morirán primero que sus hijos, pero a veces ese orden natural se altera y ese acontecimiento se constituye en algo irreparable, tanto es así que no se puede nombrar el hecho.

El orden natural tiene una secuencia biológica que no siempre se cumple a cabalidad.

Pero la viudez tiene sus propias particularidades, porque sencillamente la pareja que muere no tenía vínculo consanguíneo con el otro, y sin embargo la relación era algo estrecha y significativa para el ser humano, dependía emocionalmente del otro.

La desaparición de la pareja constituye un acto de pérdida del cual cuesta mucho recuperarse, hay que elaborar un largo duelo para asimilar el impacto de la muerte del ser querido. Nos duele su pérdida porque el que se muere se lleva una parte de nosotros. Nos deja desolados sin esperanzas de momento.

Mi primera esposa y madre de mi hija mayor falleció recientemente, y me ha dejado honda huella su muerte, pese a que nuestra separación ocurrió ya hace 30 años. Pero el vínculo afectivo nunca se rompió, aunque la distancia emocional fuera demasiada.

Mi mayor preocupación es mi hija Gabriela, porque no tengo palabras con las que pueda mitigar su dolor por la pérdida de su madre. Como padre me he quedado sin palabras, esas que reconfortan el alma lastimada, no las encuentro, me siento mal por ello.

Más adelante hablaremos mi hija y yo, y podremos externar nuestros sentimientos más íntimos al respecto de la muerte de Shoko Doode Matsumoto, que fue una figura importante para mi hija como para mi; fue mi primer gran amor en la vida y también la que me inauguró como padre. Le debo muchas cosas que juntos vivimos, aprendí de ella grandes lecciones de vida.

Su imagen y su ejemplo de congruencia personal, perdurarán en mi memoria por siempre.

La voy a extrañar mucho, ya la estoy extrañando...

2 comentarios:

  1. Es contundente la muerte. Es un final.

    Eso desestabiliza, causa dolor y trae muchos, muchos recuerdos de lo que fué.

    No hay palabras y suele ser el transcurrir de los días lo que va calmando el dolor. Eso que se llama duelo.

    Que el recuerdo de ella te haga sonreir. Que la nostalgia sea dulce y sobre todo que la pena nunca se instale.

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  2. Así es, Bolivar. Una cadena de pérdidas que lloramos y les hacemos su duelo. Algunos duelos parecieran eternos y no es sino hasta soltar plenamente, lo logramos.
    Cuando perdí a mi madre y luego a mi padre con 6 meses de diferencia parecía que el duelo no terminaría nunca. El dolor se lleva tatuado en la piel por donde caminemos, se acentúa en el cambio de estaciones hasta que decidimos soltar. Nada nos pertenece, todo esta de paso. Al final del día, todos como toallas, estamos solos.
    Siempre me propuse enseñarles a mis hijos a ver la muerte como algo que puede suceder, no sé si lo habrán aprendido, ellos decidirán. Mi mayor satisfacción sería saber que sonríen al esparcir mis cenizas y abonar un árbol.
    Te deseo una buena energía y mucha sabiduría para llevar tu duelo de la mejor manera. Darle tu hombro a Gabriela para llorar; tus manos y besos para secar sus lágrimas.

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