Hay un misterioso retorno al principio, ley que se cumple casi siempre. El eterno retorno nos persigue a todos, aunque sea al final de la vida.
Volver a las raíces, regresar a la tierra, literalmente.
He vuelto a Guatemala tratando de recuperar la memoria olvidada de mis años infantiles.
Ya busqué y localicé las casas que habité siendo un niño. La de la 12 calle, entre la 2a. y 3a avenida de la Zona 1, se ha convertido en un estacionamiento para autos (parqueo, se dice en Guatemala). No hay rastros de mi habitación y jardín particular.
La casa de la colonia Granja Ruíz existe hecha una ruina. La casa del Roosevelt en la Zona 11, la conservan mis hermanas de manera decorosa, al igual que la casa de Villa Sol en la Zona 12. Una casa ubicada en el centro, atrás de la Hemeroteca Nacional, ahora es un restaurante esotérico.
Siendo un niño de 8 años, salía a la calle todos los días a efectuar largas caminatas por toda la ciudad de Guatemala, iba del Hipódromo del Norte al Hipódromo del Sur, era una distancia considerable para un pequeñín como yo. También me iba a "sextear", que era recorrer la sexta avenida. la zona del comercio elegante de esa época, donde se dejaban ver las personas decentes y ricas, luciendo sus mejores galas.
Mi vocación de peatón la tengo desde la tierna infancia, siempre he sido un hombre de la calle. Mis padres jamás me coartaron esa debilidad por caminar y vagar sin rumbo fijo por la ciudad de entonces, quizá por estar muy ocupados trabajando, nunca me preguntaron ¿"Dónde andabas"? Fui un niño feliz que gozaba de toda la libertad posible, la libertad de movimiento.
Pero tengo una laguna en la memoria que debo llenar con el encuentro de esa casona de la Zona 10, donde estaba la Embajada de Argentina en ciudad de Guatemala, porque ese sitio me marca para siempre cuando mi padre ingresa ahí de manera furtiva para escapar de los esbirros que lo perseguían para matarlo. Y, a partir de ahí, empiezan los exilios, que constituyen el peor castigo para los ciudadanos desde la época de los atenienses clásicos.
Estoy casi seguro que la casona de la Embajada de Argentina, desapareció por los piquetes de la modernidad de esa Zona 10, tan elegante y tan llena de comercios caros y buenos hoteles, de restaurantes exquisitos y onerosos.
O, seguramente, ahora es un restaurante de comida francesa o española. Pero debo encontrarla, para mi tranquilidad de ahora; mi niño interior sigue agitado con esa idea obsesiva de saber dónde está esa casona y recordar a mi padre en aquellos angustiosos meses de encierro voluntario para después salir al exilio a México.
Suena extraño pero necesito saberlo con urgencia.
Así podré cerrar el círculo de la memoria infantil...
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