La habitación de Celia está totalmente pintada de blanco, en sus paredes no hay un solo adorno, tampoco muebles, solo un colchón tirado en el piso blanco. Cuando tiene alguna necesidad fisiológica que satisfacer tiene que salir de la habitación, forzosamente. Tiene que gritar fuerte para ser oída y que la lleven al baño como a una niña pequeña.
Casi nadie la visita, ni su mamá ni sus amigas de la universidad, no siquiera el que fue su marido, del cual se acaba de separar. Se siente sola, muy sola. Por eso llora todo el tiempo, su vida es un mar de llanto. Siente que el mundo entero le dio la espalda.
Ella tiene un conocimiento exacto de todas las pastillas que tiene que tomar durante las 24 horas. Se sabe con exactitud todos los nombres de los medicamentos y sus dosificaciones, pero ya está muy fastidiada de ingerir tantas pastillas de todos colores, ya le duele la panza, tiene acidez estomacal, y también padece de gastritis y colitis, y no sabe cuál de las dos cosas es peor.
Lleva encerrada en esa habitación casi un año, está harta de ver esas paredes blancas sin ventanas, y esa puerta metálica, pesada y gris.
Los alimentos los aborrece, le llevan las viandas tres veces al día con una puntualidad militar. Pero la comida es mala y escasa.
A veces come y muchas otras no. Se salta las comidas, de pronto no desayuna o no come, o no cena, le da igual omitir cualquier tiempo de comida. Se quiere morir ya, una vez lo intentó con las pastillas que el doctor le recetó para combatir el insomnio, se tragó el frasco entero. Inconsciente la llevaron al hospital y le hicieron un lavado de estomago, por eso la dejaron encerrada ahí, en esa espantosa habitación, la primera vez.
Celia recuerda que desde chiquilla, de unos 8 ó 9 años, se convulsionaba de repente y se quedaba ida varios días. Ella lo atribuye a la pérdida de su padre, que era el único que la quería y la consentía, su madre siempre la castigó por ser una niña tonta y malcriada. Pronto, en la adolescencia Celia fue a parar a la casa de sus padrinos de bautizo, porque su madre se fue a vivir con otro señor, al nomás enviudar.
El padrino violó a Celia con la anuencia de su esposa.
En cuanto pudo logró escapar de casa de sus padrinos, y se puso a trabajar en una zapatería. Ahí la conoció el que pronto sería su marido.
Para Celia casarse significaba que alguien la quisiera y la protegiera del mundo hostil en que había transcurrido su infancia y adolescencia.
Como no se podía embarazar, el marido la repudió y la dejó abandonada en un cuartucho que compartían como pareja en la azotea de un edificio viejo, en el centro histórico.
Celia empezó a vagar por las calles del centro sin rumbo fijo, perdió el sentido de la orientación, cualquier hombre que la veía sóla le pedía que fueran a un hotel, y ella aceptaba gustosa, por fin tendría una noche para dormir en una cama caliente, pensaba ella.
Celia le comentaba a esos hombres, que sólo querían sexo con ella y no escuchar sus problemas, que escuchaba voces en su cabeza, voces de mujer, que le decían puras cosas horribles de ella, la insultaban, se burlaban todo el tiempo, la degradaban, se reían de una forma espantosa...Era insoportable.
Esas voces interiores la atormentaban demasiado, nunca se callaban nunca. Eran voces que la desesperaban al punto del suicidio.
Celia gritaba !!Que se callen de una vez por todas¡¡, y se lanzaba de cabeza contra el muro hasta abrirse el cráneo y quedar bañada en sangre.
Y las voces continuaban murmurando quién sabe qué cosas extravagantes, que Celia no entendía, pero la hacían sufrir sin piedad.
Cuando no pudo más, ella se encaminó a pie hasta el psiquiátrico, que quedaba muy lejos de su casa, y pidió que le ayudaran y que no la dejaran salir más, porque las voces continuaban haciendo ruidos y profiriendo palabras obscenas, y que estaba a punto de que su cabeza estallara en mil pedazos. Ella aseguraba que era peor que padecer migraña.
Celia fue admitida de inmediato en el psiquiátrico, bajo el diagnóstico de esquizofrenia.
Celia no recuerda que estuvo sedada meses enteros, sin que ella lo notara, sólo dormía y dormía, bajo los efectos de una droga poderosa que aniquila el alma y adormece el cuerpo.
Tampoco sabe que fue sometida a sesiones de electro-shocks, que le fulminaron sus neuronas, y que la dejaron en calidad de bulto humano, que la despersonalizaron, que ya no sabía quién era ella.
Celia es la paciente más cooperadora de todo el psiquiátrico, es dócil, amable y adorable.
Todos la quieren (médicos y enfermeras)...pero ella sigue escuchando esas voces espantosas que le hacen retumbar la cabeza, sin embargo se siente como en casa, contenida y amada.
La única queja de Celia es que la bata blanca, que usa sin ropa interior, tiene las mangas muy largas y que se las atan en la espalda, y que eso le impiden ser libre como antes.
Buena historia!
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