sábado, 2 de octubre de 2010

Shoko Doode Matsumoto, In memoriam.

Shoko Doode Matsumoto era su nombre pero todos le decían Shokito.

Nos conocimos estudiando la carrera de antropología en la ciudad de México, en la prestigiosa Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), allá por el año de 1964. Yo estaba recién llegado de Guatemala y quería tener muchos amigos en la escuela, y ella fue una de mis primeras amigas queridas, junto con Virginia Molina "La guera", Carlota Diez y Teresa Rojas.

Ella era una buena estudiante, aplicada, seria y responsable. Era maestra normalista y laboraba enseñando en un colegio privado, y en sus ratos libres tocaba el piano y practicaba el oboe.

Shokito era menudita como buena japonesa, casi nunca encontraba zapatos de su talla, calzaba del uno, solo encontraba zapatitos para niña, sin tacón, planos. Ella sufría eso.

En la escuela de antropología fuimos formados por excelentes maestros como Ángel Palerm, Guillermo Bonfil, Arturo Warman, Margarita Nolasco, Enrique Valencia, Ricardo Pozas Arciniega y Mercedes Olivera, a quienes los alumnos bautizamos como "Los siete magníficos".

El doctor Palerm nos convocó a Shoko, Carlota, Virginia y a mi, para formar el primer equipo de antropólogos encargados de estudiar los efectos en la población afectada por la construcción de una hidroeléctrica en el estado de Chiapas.

Allá fuimos a radicar, entre las comunidades indígenas, que habrían de ser trasladadas forzosamente a otras tierras, porque las suyas serían inundadas a mediano plazo.

Fuimos pioneros en el nuevo campo para la antropología aplicada, aunque existía un estudio anterior de los años cincuentas, en donde otro grupo de antropólogos hizo un estudio en la cuenca del Papaloapan, Veracruz, con los mismos propósitos. Pero no formaron una línea de especialización en ese tipo de intervenciones del gobierno en las diferentes cuencas hidrográficas del país; en cambio nosotros sí generamos una corriente de estudios de las cuencas, que abarcó unas ocho cuencas distribuidas por todo el país.

En esos avatares del estudio que realizamos en Chiapas, que nos llevó dos años de trabajo de campo, Shoko y yo formalizamos una relación amorosa, que se concretó tiempo después con una boda peculiar.

Nos casamos, con la poca anuencia de su padre, quien decía que no funcionaban los matrimonios mixtos en términos culturales, pero ya encaprichados nosotros no hubo modo de hacerlo cambiar de opinión.

Nos casamos a la usanza japonesa y en el Club Japonés de la ciudad de México, ella iba elegantemente ataviada con un kimono de seda especial para la primavera, muy colorido. Se veía bellísima y feliz. Yo también, estaba feliz con ese matrimonio. Estabamos enamorados uno del otro.

El banquete fue de comida japonesa deliciosa, y los invitados en su mayoría pertenecían a la colonia japonesa de la ciudad de México.

Seguimos trabajando en la Universidad Iberoamericana, de los jesuitas, en la formación de nuevos antropólogos sociales.

Después nos integramos al CIESAS como investigadores, ese era el centro de excelencia para los investigadores en el campo de la antropología social.

Ahí Shoko destacó por sus trabajos de campo y sus aportes a la investigación para el conocimiento de ciertas regiones culturales.

Shoko fue un motor poderoso para la creación del sindicato de investigadores del CIESAS, pese a la férrea oposición del gobierno federal de esa época.

Luego ella se inscribió en el programa del doctorado del Colegio de Michoacán, donde obtuvo el título y mención honorífica a su trabajo de tesis.

Fue una destacas investigadora, aguerrida, propositiva, leal compañera de trabajo, polémica y de grandes afectos y desafectos, muy apasionada. Pero muy querida por sus posturas firmes a lo largo de su vida profesional.

Hace 36 años, Shoko y yo concebimos a nuestra única hija, Gabriela. Fuimos los orgullosos padres de una niña inteligente y bella, que destacó en el campo de la linguística, una rama de la antropología, por cierto.

Shoko adquirió una enfermedad hace cuatro años que la fue minando poco a poco en sus facultades físicas, porque la lucidez y la inteligencia seguían muy presentes en ella. Shoko quería ver cumplido sus sueños a través de nuestra hija Gabriela, verla casada y que tuviera un hijo. Ambas cosas las pudo ella vivir. Mi hija se casó con Raffaele Moro, un historiador italiano, a quien conoció en México. Y Luego tuvo a Bruno Moro, nuestro nieto adorable, que ella todavía alcanzó a disfrutar.

Hoy dos de octubre, una fecha memorable para el pueblo de México, por la matanza de Tlatelolco, se agrega a mi pesar la muerte de mi querida Shokito.

Estoy devastado por esa noticia, me duele entrañablemente verla partir así, pero ya era mucho el sufrimiento para todos los que la rodeaban y la cuidaban con paciencia y mucho amor.

Entiendo el profundo dolor que sufre mi hija Gabriela en estos momentos por la muerte de su madre, lo comparto junto a ella. No tengo palabras para aliviar esa pena en el corazón de mi hija, simplemente lloramos juntos sabiendo que lo que sentimos es producto del inmenso amor a Shoko.

Shokito descansa en paz, te recordaremos siempre los que te quisimos tanto.

4 comentarios:

  1. Mis condolencias, Bolívar.

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  2. Bolivar, lo siento. Bruno es un legado bello y lleva, seguramente, mucho de ella. Un beso a tu hija Gabriela y un fuerte abrazo para ti.

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  3. Bolivar, mi más sentido pesame, es una hermosa historia de la vida real, que deja huella de los momentos que compartiste con ella y seguiras compartiendo con su legado "Gabriela y Bruno", desde México recibe un cariñoso abrazo.

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  4. Gracias por tan hermosa historia. Creo que los amores más sólidos, más entrañables, son aquellos con los que se trabaja en proyectos de vida conjuntos, en donde no sólo las almas, los cuerpos y los corazones se entrelazan, sino también los cerebros... Descanse en paz...

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